viernes, 17 de octubre de 2008

Jean Marie Gustave Le Clézio, el nómada de la palabra itinerante.




Una joven estudiosa me hizo descubrir la literatura de J.M.G. Le Clézio hace más de dos décadas en París. Fue un asunto muy breve entre ambos que duró menos de dos libros. Luego nos dejamos… y yo me quedé con una fuerte adicción por los libros de Le Clézio. Las personas que lo habían leído y que entonces me cruzaban con sus textos bajo el brazo me aseguraban: ¡te vas a desmoralizar con tus lecturas! No sucedió, por supuesto. Quizás por eso ninguna atribución del Premio Nobel de Literatura me ha causado hasta hoy tanta alegría como la de este 2008, otorgado a J.M.G Le Clézio (Niza, Francia. 1940) Se trata de un autor sencillamente fraternal, dueño de un universo poético cristalino, y aunque algunas veces sombrío: de gran simplicidad. Le Clézio (catalogado un tiempo bajo la etiqueta del nouveau roman,) es indudablemente el único representante vivo de la gran “Literatura” en Francia desde que Georges Perec desapareció. Artesano de la palabra, como él mismo se considera, su prosa, que se encuentra fuera de lo ordinario es sin embargo accesible, precisa y poseedora de un discurso moral impar. “Un libro es el único lugar del mundo en donde dos desconocidos pueden encontrarse de manera íntima”, la frase es de Paul Auster, pero se aplica aún más a la obra de J.M.G. Le Clézio, o dicho de otra manera: la impresión de estar frente a un ser discreto y hospitalario es inmediata desde las primeras líneas.

Con sus libros sobre mi escritorio y ahora que el otoño está a medio camino en Europa, y que los días empiezan a ser fríos y los árboles se transforman en acuarelas, creo que lo mejor para presentar a J.M.G. Le Clezio es dejarlo hablar con sus frases calurosas -imaginadas en algún desierto o alguna isla lejana, lejos de las grandes ciudades -que durante dos décadas he ido subrayando cuidadosamente en tomos, entrevistas, o anotando de sus breves pasajes por la televisión… Un escritor es sin duda alguien imperfecto, inacabado, que escribe justamente con vistas a este fin, que busca incansablemente la perfección; asegura él mismo.

J.M.G. Le Clézio escribió sus primeras novelas cuando tenía 9 años, durante un viaje a Nigeria a donde iba para conocer a su padre (“Un largo viaje”“ Oradi negro”)… Pienso que estamos condicionados por todo aquello que vivimos en los primeros años de vida… lecturas, cuentos que pudieron contarnos o pudimos oír. Es todo esto lo que otorga un verdadero destino. El resto de la existencia consiste en reconstruir este período…

De los 48 libros publicados hoy día, menos de quince han sido traducidos al español. Hecho sorprendente si se toma en cuenta sus larga estadía en México y Centroamérica, y al mismo tiempo natural si se toma en cuenta que Le Clézio es un escritor enigmático, voluntariamente secreto que -como lo prueba en El atestado” “La Fiebre” “El diluvio” “El éxtasis material”- odia las ceremonias, huye a las multitudes, aborrece la grava, el cemento, los automóviles, los semáforos, los supermercados, los micrófonos, las grandes ciudades, la sociedad consumista y cualquier sistema que vaya en deterioro del planeta y de la especie humana. A cambio: su curiosidad por el desierto, el mar, la naturaleza -inconscientemente me resulta imposible escribir una novela sin pensar en el aire, el viento, el fuego, la tierra, el agua; para mí, elementos tan importantes como la sociedad humana- las sociedades nómadas, los pueblos y las civilizaciones indígenas, los extranjeros, los vagabundos, los niños salidos del desierto, aquellos víctimas de la esclavitud, y quienes sobreviven abarrotados en las áreas marginales. En resumen: Seres pobres -algunas veces personajes incultos- que construyen con una forma de movimiento heterogéneo su propia libertad…La belleza de los pueblos pobres es invencible... escribe en El desconocido sobre la tierraQuiero escribir para la belleza del mundo, por la pureza del lenguaje... Quiero escribir para estar del lado de los animales y de los niños (...) Con el lenguaje el hombre se convirtió en el más solitario de los seres del mundo porque se excluyó del silencio”

Su Obra:

De su extensa obra quizá haya que retener varios libros: El atestado escrita muy joven a orillas de una playa de Niza, y con la cual obtuvo a los 23 años el premio Renaudot en 1963. La Fiebre”(1965) una colección de nueve relatos basados en una historia familiar, que como con la Náusea de J.P. Sartre, o El Asco de Horacio Castellanos Moya posee la magia de transmitir un malestar que instiga a un cuestionamiento; en este caso la febrilidad del lector. Le Clézio es un malabarista de las emociones profundas, un provocador de desequilibrios en un planeta en donde el orden establecido parece ser un anticipo de los grandes desastres. Entre 1966 y 1968 aparecen El diluvio” “El éxtasis material” “Terra Mata”… Lo que yo quería, era construir libros en donde hubiera una nada antes, y una nada después. 1969: “El libro de las huidas” Quiero trazar mi ruta, para destruirla, así, sin descanso. Quiero romper lo que creé, para crear otras cosas, para romperlas de nuevo. Este movimiento es el verdadero movimiento de mi vida… Entre 1970 y 1973 publica La Guerra” y “Los Gigantes” un grito de alboroto contra el ruido de las ciudades, su violencia y el espacio obstruido representado por la sociedad consumista y sus supermercados… Siempre he pensado que la literatura no debe servir para describir sino más bien para comprender lo que hemos visto y poder integrarlo en nosotros… Entre 1975 y 1977 acentúa una nueva etapa con “Viajes del otro lado en donde el mito profundo del Agua, como elemento, es confrontado a la industrialización del mundo moderno y sus redes cual trampas. En 1980 recibe el premio Paul Morand, el primero otorgado por la Academia Francesa por “Desierto”, sin duda uno de sus más logrados textos sobre las sociedades nómadas. “No había un fin para la libertad, era tan vasta como la extensión de la tierra, bella y cruel como la luz, dulce como los ojos del agua. Cada día, durante el alba, los hombres libres retornaban a su vivienda, en el sur, allí en donde nadie más sabía cómo vivir”. En 1981, mientras viaja a las Islas Mauricio y Rodríguez, escribe “Viaje a Rodríguez”. 1982-1983, “La ronda y otros relatos”; un libro peligroso de aparente inocencia en donde -como en muchos de sus textos- instala la inquietud, el peligro que deriva del azar y de la realidad cotidiana. De 1984, es importante subrayar su interés por lanzar en la Editorial Gallimard una colección llamada “a l’aube des peuples’ (al alba de los pueblos) iniciativa que comparte con el escritor Jean Grosjean, y a través de la cual, el hoy Nobel presentará en 1991 su traducción de La Relación de Michoacán. 1985, El buscador de oro (Sin duda su libro más bello de aventuras. Al origen: un texto que había empezado a escribir a los 15 años en donde narra la historia de su abuelo, un buscador de oro en las islas) De 1989 La primavera y otras estaciones” libro de 5 relatos que pone en escena a 5 mujeres. (No es de una importancia extrema definir lo que es una novela o un cuento; creo que se trata simplemente de una cuestión de ritmo). Entre 1991 y 1992 Onitsha” y “Estrella errante”. 1993-1994, la novela en donde narra la extraña historia de amor entre Diego Rivera y Frida Kahlo, “Diego y Frida”. 1995, “La Cuarentena”, editado por Tusquets en español, un libro en el cual la genealogía del propio Le Clézio se inscribe …Si mi abuelo no hubiera decidido volver a Francia después de la experiencia de una cuarentena en la Isla Mauricio, no se hubiera casado, y sin duda yo no hubiera nacido… 1996-1997, El pez dorado”, la historia de una niña inmigrante marroquí en París, inspirado por un proverbio náhuatl ‘Oh Pescado, pescadito de oro, cuídate, pues hay tantos lazos y redes tendidas para ti en este mundo’

Las palabras y los temas esenciales:

Indudablemente la aventura y la búsqueda vistas a través de los ojos de un niño es el elemento básico o el punto de partida de una obra que enseguida ramifica en temas como la soledad, el mito, la espiritualidad, la travesía, los continentes y las islas; el desencanto por las ciudades, el tiempo, el silencio, la ausencia, el desierto, las fronteras, la arena…y el mar. Le Clézio es un autor que oscila entre el sueño y la denuncia, entre la inocencia creativa de la niñez -desde el primero de sus libros (un texto inédito) en donde todo sucede en un mundo de gaviotas, hasta el más reciente de sus libros, inspirado en el personaje de su madre,Cantinela del hambre”- y el descubrimiento abrupto de la violencia adulta.

Le Clezio y el universo mítico de los Aztecas y los Mayas de América Central:

Eterno nómada, Le Clézio -que hoy vive en un sitio desconocido de Albuquerque- pasó largos períodos entre París, Niza, Nigeria, La Saguia el Hamra (al sur de Marruecos) La isla de Rodríguez, la isla de Mauricio, Nuevo México. Panamá. México D.F, y en Jacona (México) donde se detuvo por más de 12 años. Admirador del mundo Azteca y Maya afirma: “…Cambié mi imagen del tiempo después de haber estado en contacto con los indios de América (…) si hubiéramos sabido como viven los amerindios, o cómo las gentes del desierto, seguramente no tuviéramos que estar administrando tanta catástrofe (...) ellos tienen voces que las sociedades no nos dejan llegar y que tienen tantas cosas que aportarnos…La voz de Rigoberta Menchú es una voz sorprendente porque dice cosas de una gran simplicidad” Le Clézio, perfecto conocedor de los mitos, su literatura, sus sueños y las fiestas tradicionales, tradujo al francés “La Relación de Michoacán” “Las Profecías del Chilam Balam” “Tres ciudades santas” y es autor de los ensayos “El sueño mexicano” (un estudio sobre los mayas de Yucatán y Petén) y la “Fiesta cantada” una obra poética en donde plantea sus dudas y sus certezas acerca de la civilización al lado de textos de los Chichimecas, Dzibilnoac y Rigoberta Menchú. Creador de una colección (Label “Tradition” en Gallimard) el Nobel francés pudo incluir como primer título después de muchas discusiones y batallas editoriales, una nueva traducción del Popol Vúh. …Tuve la suerte de compartir la vida de un pueblo amerindio (…) experiencia que cambió toda mi vida, mis ideas sobre el mundo y sobre el arte, mi manera de ser con los otros, de caminar, de amar, de dormir, y hasta mis sueños…

El Premio Nobel:

El día en que se anunció el Premio Nobel, J.M.G. Le Clézio estaba casualmente invitado a un programa literario de la televisión francesa (para la presentación de su más reciente novela “Ritournelle de la faim”) al que no desistió a pesar de las cámaras y micrófonos del mundo entero que lo solicitaban. “Un premio literario siempre es bueno, pero el Premio Nobel es magnífico porque fue inspirado por una historia de amor (…) la historia que está al origen de este premio es maravillosa, afirmó al iniciar el programa.

Esta vez el premio Nobel de Literatura ha sido entregado a la mirada de todos aquellos niños del mundo que sufren la guerra, los deterioros de la modernidad y tienen la cualidad esencial de una mirada desnuda, sin prejuicios, a todos aquellos seres que han inspirado su universo imaginario, idealista; a los marineros del mundo, a los inmigrantes pobres de la noche que huyen la miseria de un territorio devastado, a los seres nómadas del silencio, a todos aquellos que no necesitan de un horizonte para avanzar, y a quienes desconfían del mal uso que la política da a las palabras, porque ‘Pensar es actuar, y ser sí mismo es ser los otros. No es necesario (…) estar inscrito en un partido político’. Un premio a los hombres que a diario mantienen una lucha ecológica para salvar al planeta, porque La ecología es un sentimiento antes que una política, y porque de la misma forma en que asegura en “El éxtasis Material”: Los más grandes pecados el hombre no los comete por culpa de sus sentimientos sino por culpa de su inteligencia. El premio Nobel ha sido entregado a quienes como él creen que la literatura es ‘como el mar, o más bien como el vuelo de un pájaro encima del mar, deslizándose muy cerca de las olas, pasando frente al sol..’.

Tras el misterio del color en la ciudad luz

Esta historia podría suceder en un lugar imaginario entre Guatemala, París y la ciudad de México, las tres principales ciudades en donde ha transcurrido la vida del artista guatemalteco, Juan Jacobo Rodríguez Padilla, que un día de agosto de 1922 nació en la ciudad de Guatemala, hijo del también pintor, escultor y fundador de la Escuela Nacional de Artes Plásticas de Guatemala, que lleva su nombre: Rafael Rodríguez Padilla.
Esta vez conversamos en el mismo sitio en donde el cineasta Guillermo Escalón realizara hace pocas semanas un excelente documental sobre el artista. Estamos en el quinto piso, en su taller personal que está ubicado en el barrio parisino de Montparnasse, a tan sólo unos metros de la torre más alta de Francia y del último refugio de Julio Córtazar, Jean Paul Sartre y César Vallejo. Barrio y punto de referencia al que acudieron durante mas de dos siglos, intelectuales y artistas del mundo entero, que a su paso por Europa decidían aprovechar los recursos que ofrecía la ciudad luz.
Es el final de la tarde. El aire de un verano tibio y caprichoso nos llega por el ventanal abierto mientras. Jacobo me habla de su vida en medio de pinturas, esculturas, una hermosa cámara fotográfica, y un sin fin de libretas con bocetos e imágenes que muchas veces derivan de sus recuerdos o de las sorpresas que le ofrece la urbe, el metro, las conversaciones que escucha, los imprevistos que surgen en las calles y la inspiración que suele dejarle algún insomnio, como el mismo dice.
Jacobo es una fuente inagotable de recuerdos, imágenes y anécdotas en donde se adivina con facilidad una trayectoria quijotesca que incluye viajes trasatlánticos, varias estancias espaciadas entre el viejo y el nuevo mundo, y una abundante obra esparcida entre colecciones privadas y adquisiciones particulares, además de los murales de las salas Toltecas y Preclásico del museo de antropología de México que él mismo realizara en 1964, y un mural al bon fresco situado en La Gaillarde, de la costa azul, entre las ciudades de Saint Tropez y Saint Raphael.
Miembro activo, y uno de los fundadores del grupo Saker Tí, (Grupo de intelectuales y artistas fundado en 1946) Jacobo Rodríguez Padilla es un hombre discreto, amigable, y fácil de abordar, a pesar de los rasgos que pueden caracterizar en determinado momento al artista soñador, extraviado sin estarlo a la vez, en los laberintos y demonios de la creación. No hace falta mucho para descubrir que su compromiso social y político es irreprochable, y que sus ideales por una sociedad más justa siguen intactos desde sus primeros años en Guatemala, donde ingresó a la Escuela de Bellas Artes como estudiante cuando tenía 14 años... “estudié con grandes maestros, como don Alberto Aguilar Chacón a quien desafortunadamente no le han reconocido su valioso aporte como profesor y crítico, también a don Rafael Yela Günther (quien una vez me dijo: “con que usted llegue a ser una décima parte de lo que fue su padre me conformo... ”de hecho, aún hoy no sé si lo he logrado) ahí estudiábamos cuando llegó el 20 de octubre de 1944 y la caída del dictador Úbico, y fundamos, como tantos gremios, la “Asociación de profesores y estudiantes de bellas Artes”...Era el momento de la esperanza y nosotros no fuimos la excepción. Tuvimos entonces los primeros contactos con la expresión moderna y con publicaciones importantes.”
Y si hubiera que definir su estilo... ¿Existió una línea directiva o éste se impuso? “Supongo que me expreso entre primitivismo, expresionismo surrealismo y abstracción, pero la clasificación con capillas no me es muy simpática. A medida en que se descubren obras que provocan interés se dan tanteos y rechazos...El arte primitivo es imprescindible para mí porque me ha ayudado a olvidar( cuando hay que olvidar la habilidad técnica)... pero el arte popular de los campesinos guatemaltecos también me ha sido muy valiosa”.
¿Qué opinión le merece la plastica en la actualidad?... “La expresión plástica ha perdido probablemente por los aportes de las técnicas modernas. Las formas de comunicación son distintas y eso modifica lógicamente los medios de interés”.
Al referirse al espacio que cada generación de artistas intenta conquistar a su manera, Jacobo Rodríguez Padilla opina que cada generación vive realidades distintas, razón por la cual es lógico que surjan nuevas formas de lenguaje.
¿Cómo nace el grupo Saker Tí, integrado por artistas e intelectuales, existió alguna motivación en particular: sociológica, política o puramente artística? “El nacimiento del grupo Saker Tì sucede a fines de 1946, y constituye un hecho muy importante porque fue una apertura al pensamiento para la gente de mi generación. Huberto Alvarado y un grupo de estudiantes normalistas me invitó a hacer la portada de la revista “Saker Tí”. Así empezó todo. La motivación en común que teníamos era la revolución que acababa de pasar. En ese momento éramos una quincena pero con el tiempo llegamos a ser alrededor de treinta. Desde luego sufrimos persecución y hubo gente asesinada… El legado artístico es difícil definirlo pero hubo gentes tan importantes como Olga Martínez Torres, Manolo Herrarte, José Arévalo Guerra, Arturo Martìnez y varios otros más. Eramos la generación que estaba vigente pues teníamos alrededor de 20 años cuando sucedió la revolución, y esto hizo que nuestro compromiso fuera más directo que los que se integraron antes, la generación del 40, a quienes no hay que quitar ningún mérito pero que emigraron a México, como fue el caso de Augusto Monterroso, Otto Raúl Gonzáles y Carlos Illescas, entre otros. No hubo división entre nosotros, pero la diferencia fundamental es que nosotros nos quedamos en Guatemala… Cuando vino la contrarrevolución de Castillo Armas, borraron los aportes y todo lo que fue Saker Tí se bloqueó y se olvidó”.
Jacobo Rodríguez Padilla, que ha vivido un total de 30 años en Guatemala, 17 en México y 38 en Francia, y que llegó becado a París en 1953, no trabaja con los objetos sino con las ideas y los recuerdos de los objetos. Tampoco privilegia al modelo, aunque algunas veces haya que hacerlo, asegura. La evocación imaginaria es en este caso una forma de búsqueda para aportar una emoción… Emoción visual que yo reclamo como fundamental. Si no hay emoción visual, para mí no hay artes plásticas, pero ¡atención!, porque emoción visual no sólo es el color sino también la forma…
El artista, considera que sí bien es cierto que la pintura puede sufrir hoy día una forma de olvido, la escultura la padece más aún en este medio. Por otra parte, señala, que los altibajos materiales y las dificultades económicas que aquejan a un buen porcentaje de artistas tienen una implicación directa en su ritmo de trabajo... “Cuando no estoy trabajando en la pintura y en la escultura quisiera estar pensando y soñando, porque también es parte del trabajo.
¿Cuáles son sus referencias como artista? Qué personajes y qué factores han podido influir en su producción? Tendría que mencionar a Carlos Mérida, Miguel Angel Asturias, Jesús Castillo, a mis compañeros músicos de generación como Manolo Herrarte, Jorge Sarmientos que también fue sakertiano y que integró el grupo cuando yo ya estaba por dejar Guatemala. Aunque no me gusta caer en el lugar común tendría que citar también a Picasso, Matisse, Paul Klee, Gauguin desde luego, que es el primero que se ocupa del arte llamado primitivo, que después imitaron los cubistas con el arte africano.
¿Y si hablamos del exilio, esa etapa tan dolorosa que en algún momento le ha tocado vivir a muchos intelectuales y artistas?¿Cómo influye el exilio en su obra? Lo que trabajaba durante el período revolucionario era muy diferente de lo que trabajé durante el exilio, y esto a pesar de los desacuerdos que en Guatemala pude tener con los miembros del partido comunista, al cual yo pertenecía, ya que eran insensibles a lo esencial de la expresión artística y consideraban que éramos un grupo de intelectuales jóvenes que no servíamos a los fines del partido. Por mi parte, yo trabajaba la esperanza que había del país… Trabajaba el color, el verdadero color que hay en la naturaleza y que nuestro optimismo nos permitía abordar... Por aquel entonces conocí el lago de Petén Itzá, de ahí deriva el período que se ha denominado “Itzà”… Nosotros nunca nos acomplejamos del color que algunas veces en Guatemala se considera como un color exclusivo para los turistas.
Jacobo Rodríguez Padilla llegó a París con la obligación de inscribirse en una escuela a pesar de haber realizado 7 años en la Escuela de Bellas Artes de Guatemala con magníficos profesores que no tenían nada que envidiar a los Europeos, recalca. Se inscribe entonces en la Grande Chaumière y en la Escuela Superior de Bellas Artes de París...
Otra faceta de mi obra se inicia a partir de la agresión del gobierno norteamericano contra Guatemala. Esto sucede durante el Gobierno de Arbenz, que a mí me tomó en París… El exilio hace que yo descubra cosas de interés para mi trabajo…
¿Y del aspecto simbólico que influye en su creación? En tiempos de la dictadura no entraban muchas publicaciones a Guatemala. Parece mentira, pero a los pintores impresionistas los descubrí yo en el período de 1944. Conocía a los clásicos por la obra que dejó mi padre que había rozado mejor los estilos y que además tuvo amistad y le dio trabajo como profesor de “perspectiva” a Jaime Sabartés que vivió 25 años en Guatemala y que más tarde fue secretario de Picasso, hasta el día de su muerte. Yo conocía obras de Velásquez pero lo moderno nos llegó únicamente con el gobierno de Juan José Arévalo... No se puede negar tampoco que la pintura, como la música, ha recibido muchas influencias del arte africano y del arte llamado primitivo.
¿Del color, esa parte tan importante en las artes plásticas, qué diría? Quien dijo color dijo luz. El color no existe. Existen diferentes ondas de luz que percibimos como color, pero no pretendo decir que para ser artista haya que hacer complicados estudios de física, pero es evidente, que, aunque sea de forma intuitiva, los pintores manipulan estas posibilidades. En lo que a mí respecta no puedo descuidar la forma ni el color. Últimamente me he interesado en el contraluz y rozo el misterio de la luz para encontrar y expresarme con colores neutros para dar más importancia a los colores puros. Detesto la tendencia que tienen algunos artistas de hoy, de creer que una obra tiene color únicamente porque se introducen todos los colores de que se dispone... Esto me llevó a expresar el color en la línea. Con gusto he comprobado posteriormente que nuestros compatriotas Kanjobal aplican esta forma de intuición en sus telas. Pero estas explicaciones son siempre superfluas, y comparto la opinión del artista a quien se atribuye la expresión de que, cito: “lo más importante que tiene una obra de arte, es precisamente lo que no puede explicarse”.
¿Acaso pintar va más allá del deseo de querer transformar al mundo a través de un pincel?¿Qué hay del espacio interior del artista? Las transformaciones del mundo, socialmente hablando, no son siempre las que uno quisiera. Trabajar en una disciplina artística tal vez puede contribuir en algo positivo... Mientras tanto sueño, luego existo.
En materia de artes plásticas el porcentaje de mujeres que ha logrado alcanzar la fama, o al menos el reconocimiento, es relativamente bajo si se compara al de los hombres, desafortunadamente. ¿Qué opinión le merece este hecho? La conquista de los derechos de la mujer es algo relativamente reciente, por lo tanto el acceso de la mujer a muchas posibilidades lo es igualmente. Esto está cambiando, aparte del hecho de que en el pasado la mujer dio grandes figuras.
Recientemente el cineasta Guillermo Escalón hizo un documental, una retrospectiva y un panorama de su persona y del artista. ¿Que podría decir? Fue una sorpresa formidable, no porque dudara de su talento como cineasta. Me agradó, más bien, que con mi modesta aportación él haya podido hacer algo como lo que obtuvo.
Cómo ve a las nuevas generaciones en Guatemala, ¿le parece que los jovenes están bien informados acerca de la historia política, artística, social, y otras tantas cuestiones que son fundamentales para el desarrollo de una nación? Tengo la impresión, aunque no puedo decir si tengo la razón o no, pero me parece que las nuevas generaciones están muy mal informadas sobre lo que ha sucedido en el país. Al tal grado que muchos jóvenes se comportan como que si Guatemala no existiera. En el medio político incluso. Una vez alguien me preguntó: ¿qué pasó el 20 de octubre?!Eso es el colmo¿No?!
Durante el verano en Europa oscurece poco antes de la media noche. Sería largo continuar porque al artista no le faltan nunca las palabras para tejer nuevas historias. A veces salimos a degustar una cena y a tomar un poco de vino entre amigos. Todo continúa. Jacobo Rodríguez Padilla siempre está tras el misterio del color en la ciudad luz.