viernes, 20 de octubre de 2017

Historia de amor de un 19 de octubre.







Por Marlon Meza Teni.

 

 

Pocas veces en la vida he sido testigo del amor y la devoción que una mujer pueda sentir hacia un hombre, al punto de casi creer que aún este vivo cuando en realidad para los demás ya se haya muerto. Pocas veces algo semejante a la admiración que Blanca Mora y Araujo sentía aún por Miguel Ángel Asturias cuando yo la conocí en 1986 en su departamento de París de la Plaza Saint Ferdinand, y empezamos a trabajar en sus memorias y la recopilación de su correspondencia de amor entre otras cosas. Desde un principio, Blanca nos tomó a Carolina y a mí un cariño que siempre fue recíproco en la soledad de sus últimos años en Francia, quizá porque nos percibía con una mirada distinta y con los mismos ojos con los que se ve al café de exportación guatemalteco cuando no se ha visto y se vive lejos, y por que sin duda alguna el acento y cierto entusiasmo vivaz en ambos le recordaba el lugar de donde venía su Miguel Ángel. Nunca hasta hoy he conocido a nadie con una memoria como la de Blanca de Asturias.  Memoria de fechas, memoria de textos, memoria de nombres, de idiomas hablados con presteza, de  acontecimientos, de charlas, de encuentros, de rincones, de páginas enteras. Memoria de en dónde estaba cada libro y en dónde cada traducción de la biblioteca personal de su departamento pese a que ya se estaba quedando ciega. Memoria de entablar conversaciones interminables, de irse por extravíos y perder aparentemente el hilo y atraparlo tiempo después sin que se rompiera la tensión narrativa y en el momento menos pensado. Memoria de sus viajes con Pablo Neruda, sus paseos con Carol Dunlop y Julio Cortázar. Blanca se sabía de memoria la poesía completa de M.A. Asturias. Varias veces la puse a prueba con una sonrisa. Toda. Pero no solo se la sabía, sino que la tenía impregnada en la sangre. En su voz cualquier frase de Asturias palpitaba. Venía del teatro y la radio de Buenos Aires, y había escrito su tesis sobre ‘El Señor Presidente’, obra de un casi desconocido Miguel Ángel Asturias, antes de toparse casualmente con el escritor en una librería de la capital argentina y enamorarse perdidamente de él desde el primer instante. ‘Miguel Ángel es un Buda Maya’, juraba. Cuando recitaba la poesía de Asturias a uno se le abrían mundos sonoros inimaginables. En su voz no había poema pomposo, mal dicho, ni mal aprendido. Todo era música al estado puro y ella podía pasar de uno a otro sin ningún problema; introduciendo nuevas anécdotas, geografías, lugares precisos y fechas puntuales. A sus ochenta y pico de años también se movía de un lado a otro de su departamento. A menudo su voz inagotable se alejaba en las habitaciones pero enseguida volvía a surgir con nuevas historias de viajes y lugares cada vez más impensables. A veces el teléfono sonaba. Una vez fue Pierre Cardin, otra la secretaria privada de François Miterrand, y otra el mismísimo Fidel Castro. Nunca nos dejaba volver a casa sin contarnos nuevas y más historias de amor y libros mientras nos preparaba 'un pucherito', como llamaba ella a lo que nosotros conocíamos como el cocido guatemalteco. ‘Sin no cenan antes un pucherito no se van a casa, niños’, decía. Muchas cosas agradables recuerdo yo de Blanca, como esa navidad de 1988 que pasamos junto a ella y el pianista argentino Alberto Neuman, un señor a quien quería como a un hijo. Muchas otras como la vez en que la llevamos al metro de París al que nunca en su vida había entrado y nos tardamos la vuelta al globo por habernos olvidado que había que subir y bajar gradas. O las veces en que la acompañamos al cementerio de Père-Lachaise y las horas se nos iban con ella frente a la sepultura de Asturias hablándole de todo. Visitas que yo me prometí continuar más tarde, y que  lejos de volverse un fastidio eran cada vez más fascinantes para nosotros que descubríamos el mundo afuera de Guatemala. Aunque pueda parecer un poco exagerado yo sé  que en sus monólogos frente a la tumba casi se intuían en el aire las respuestas de su Miguel Ángel. Era imposible detenerla cuando se ponía a hablar, porque Blanca en realidad hablaba como cuando cae un aguacero, y sin embargo siempre dejaba una rendija para que le hiciéramos preguntas porque sabían que estas le abrían la puerta hacia el jardín de otros recuerdos. Hablaba como la lluvia, pero como cuando la lluvia cae fuerte es armoniosa y suena sobre la tierra. Muchísimas cosas nos contó y muchísimas cosas me dejaron a mí marcado por el aspecto histórico y literario de un Miguel Ángel Asturias que yo descubrí prácticamente de su mano y a través de esos ojos azules que le brillaban de amor y tristeza cada vez que hablaba de él. Es decir siempre. Un día me di cuenta que todo lo que ella me narraba yo lo estaba escribiendo en una máquina portátil de Miguel Ángel Asturias que no había dejado que nadie tocara. Los años pasaron, tenía que operarse un ojo en Moscú, viajó, y luego se mudó, y solo la volví a ver ocasionalmente en presentaciones de asuntos relacionados con Asturias en París, en donde siempre me abrazaba con el mismo cariño después de haber llegado a la presentación para contradecir a los oradores como una fiera si consideraba que algo no era cierto, o para aclarar las cosas con la misma firmeza y convicción con la que años atrás me había contado cada detalle de su vida con el premio Nobel. Curiosamente, siempre pensé que mientras Blanca estuviera viva era como si Asturias nunca se hubiera muerto. La vi por última vez en la UNESCO de París en 1999 para el centenario del nacimiento de su querido Miguel Ángel, y desde una silla de ruedas la oí hablar con ímpetu sobre la importancia de la ‘Universidad Popular’ y los principios con los que Asturias la había concebido. La oí hablar de pequeños retazos de historias que ya me había contado largo y tendido al calor del corazón durante las tardes de aquellos primeros años de invierno que yo no sabía que para mí empezaban a ser también una vida. Su amor por Asturias era inagotable. Años más tarde el periodista español Ramón Chao, me contó en el pueblo de Sonservera,  en Palma de Mallorca, que Blanca había fallecido  un 19 de octubre, pero aún hoy día nunca he preguntado de qué año, y no sé por qué nunca he querido preguntar. Con la fecha del mes me basta. Un 19 de octubre. La misma fecha en que nació Miguel Ángel Asturias en 1899, y la misma en que obtuvo el Premio Nobel en 1967.  Hay hilos maravillosos de la existencia, la muerte y el amor que quizá no vale la pena tratar de entender para no romper con eso que algunos llaman misterio, magia. Una cita puntual y precisa. Llámesele como quiera.




París 19 de octubre de 2017


jueves, 31 de agosto de 2017

EL PREMIO QUE SE LE OLVIDÓ A ÁLVARO ARZÚ.


Por: Marlon Meza Teni





El 26 de junio de 1997, el entonces Presidente de Guatemala Álvaro Arzú, junto al comandante guerrillero Rolando Morán, vino a recibir a París un premio en nombre de la  paz de un monto de 800,000 francos franceses de la época (110,000 $ dólares estadounidenses, o si se prefiere, más de 1 millón de quetzales) suma que es de suponer fue dividida en partes iguales como reconocimiento por los acuerdos y el cese de la guerra en Guatemala. Un mes antes, el 16 de mayo de 1997, siempre Álvaro Arzú, pero esta vez con Pablo Monsanto de la URNG, habían sido también condecorados en España con el "Premio Príncipe de Asturias de Cooperación Internacional" y 5 Millones de pesetas,  el equivalente a más de 35 mil dólares hoy día. Pero volvamos al galardón de la UNESCO de París, (con el cual dicho sea de paso han sido también distinguidos, entre otras personalidades: El Rey Juan Carlos I, Nelson Mandela, Jimmy Carter, o las abuelas de la plaza de mayo, de Argentina) porque quizás a muchos se les haya olvidado, o quizá las nuevas generaciones no lo saben, pero tanto a Arzú como a la guerrilla se les reconoció con el "Premio de Fomento de la Paz Félix Houphouet-Boigny". Homenaje y valía que anualmente entrega la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura, UNESCO, en París, y que está orientada cito: "...a rendirle homenaje a las personas, organismos o instituciones que de manera significativa hayan contribuido al fomento, la búsqueda, la salvaguardia, y el mantenimiento de la paz respetando la Carta de las Naciones Unidas y la Constitución de la Unesco". (fin de citación).
En su discurso de aceptación del galardón, el mismo Arzú diría textualmente en la capital francesa:“Recibo este premio en nombre de mi pueblo que es quien verdaderamente ha conquistado la paz”, y más adelante “esa paz (…) el profundo sentido de convicción de los actores directos y del pueblo de Guatemala, el cual ha forjado inquebrantable decisión de decir ‘no’ a la violencia”.  Pero de más está rememorar su discurso de antaño para afirmar que hoy resulta vergonzoso -justo cuando los guatemaltecos manifiestan de forma pacífica en medio de un Estado de derecho cada vez más debilitado por una crisis institucional provocada por sus mismos gobernantes-, que este señor, que devenga un sueldo para estar al servicio de su gente sea una deshonra como representante de esos reconocimientos. Porque lo que en realidad revela con su reciente alocución: "Yo firmé la paz… pero también puedo hacer la guerra", no es ni más ni menos que una apología de la guerra solo comparable a la de los fanáticos religiosos de Medio Oriente, que intentan ganar partidarios en conflictos suicidas para desestabilizar Estados aprovechándose de las fracturas sociales y del fuego que se enciende fácilmente en las venas de seres débiles, a menudo sedientos de sangre, y  de escaso juicio.
Quizás resultaría apropiado recordarle sus palabras finales en París cuando dijo: “El proceso que culminó (…) nos dejó como lecciones que siempre que existe una controversia, es preciso para solucionarla comprender las razones del otro y reconocer los errores propios, y que para ello el método es el diálogo respetuoso con un solo objetivo: el bienestar de la patria que es el bienestar de su pueblo”, (fin de citación).
Y es que hoy, al hacer una exaltación de la guerra, Arzú actúa de manera irresponsable como trabajador del Estado al servicio de la población. Lo que nunca estará de más recordarle, son algunos extractos y anexos del premio que le otorgaran en París en junio de 1997, en donde se especifican claramente los motivos del galardón: “…el fomento, la búsqueda, la salvaguardia, y el mantenimiento de la paz respetando la Carta de las Naciones Unidas y la Constitución de la Unesco".  
Y es que en resumen, para avanzar en Guatemala nadie necesita de una paz imprudente, perniciosa, y perjudicial como la que hoy pregona.



Marlon Meza Teni
París, 1 de septiembre de 2017.


     (Photo. Unknown as yet)

martes, 4 de julio de 2017

La curiosidad como madre de la aventura y del descubrimiento.


Por Marlon Meza Teni



Hay muchísima gente a la que cuando le preguntás si ha leído esto, si ha visto lo otro, si ya oyó sobre tal descubrimiento… si conoce a tal compositor, escuchó tal disco de rock, a tal artista, tal película, de inmediato te responden con un tajante "SÍ", como dando a entender 'por supuesto, lo conozco tan bien que saltémonos el tema'. Hasta da pena hablarles de lo que sea por miedo a ofenderlas, o a que se sientan molestos o humillados, y que piensen que lo que uno está tratando al hablarles de un libro, de un dato en la historia o de una anécdota en particular, es entramparlos para mostrar sus deficiencias o vacíos, o peor aún, para hacerlos sentirse algo bestias y nunca al tanto de las cosas simplemente porque las desconocen, no tienen tiempo, o de verdad no les interesan, lo cual no es un pecado. Y a mí me duele el alma y luego el hígado, porque no es tan difícil en la vida decir no, no lo he leído pero contame un poco, no porque es un tema que no me interesa mucho. No lo he visto porque no tengo tiempo de nada pero he visto algo parecido, pero contame un poco, platiquemos, no lo conozco, dame los datos, intercambiemos informaciones. Dame el nombre del autor, del músico, de la fecha de cuando sucedió, en dónde lo puedo encontrar… Pero no, simplemente te responden con 'Sí' tajante, o peor aún: se hacen los sordos y se saltan a un tema a cien años luz del que les estás hablando.
Y a mí me entristece a menudo no poder intercambiar sobre asuntos que son interesantes y que no me den una opinión, o que no me cuenten, porque en las buenas charlas he aprendido a veces mucho más que en los malos libros. Y cuando ya solo en la cocina me preparo algo de comer pienso en lo dificultoso que resulta a menudo transmitir y aprender algo a los demás en un mundo tan precipitado por las apariencias. Y lo penoso que resulta entablar una charla con gente que no tiene el carisma de la curiosidad, un mínimo de espíritu de apertura, ni la gracia que ofrece la sorpresa cuando por fin se responde: 'No, no lo sé, contame, que interesante se oye, luego te cuento yo algo parecido, platiquemos un rato del libro que estoy leyendo'
Me sube mucho la presión arterial este tipo de engendro cada vez más común con quien uno intenta compartir una cosa por mínima que sea, sin más pretensión que la de la convivialidad, y que de inmediato siente temor y te contesta con su falta de disposición para el diálogo y la escucha recíproca, poniéndole punto y final a toda posibilidad de intercambio de lo que sea, diciéndote que ya lo sabe, que ya lo vio, aunque esto no sea cierto. Me provocan ganas de emigrar a otro planeta, o de ponerme a ver alguna caricatura de Tex Avery, reirme solo, y desentenderme por completo de esa parte del mundo atrofiada por la falta de curiosidad y el exceso de soberbia.
Prefiero las charlas con mis alumnos, esos chicos que descubren el mundo con los ojos y los oídos limpios, y que son quienes mejor me enseñan y con palabras simples sobre la realidad de las cosas que están por llegar.
Total, vivimos en un mundo de sumas y restas con esa devastadora enfermedad llamada arrogancia y el boicoteo del sabelotodo que ese sí, a mí no me interesa.

                                                      Photo © Marlon Meza Teni