jueves, 14 de noviembre de 2013

Calles Parisinas. 32 Calle des Partants.


 
Calles Parisinas.
Ronin
 
32, calle des Partants
75020. Paris
  
Durante diez años viví con un piano y mis libros en una buhardilla asoleada del barrio de Père Lachaise. Una colina embrujada desde donde se veía la ciudad al sureste. Refugio repleto de artistas excéntricos en donde una niña enterraba todo cuanto caía en sus manos y caminaba por los muros a treinta metros de altura. También había una inglesa dueña de un gato ciego que recorría el tejado con la actitud calculadora de un traidor. Un conserje alcohólico y viejo actor de cine que una mañana murió sin que nadie se diera cuenta, y un vecino en el piso de abajo que me dejó oír el dolor del VIH que se lo fue llevando. Tuve también vecinas suicidas con quienes algunas veces me metí en líos de ajedrez, tabaco y amores ilógicos que hubieran podido costarme muy caro. Mi ventana principal al mundo se abría sobre una de esas raras calles aún empedradas del viejo París en donde muy seguido nos despertábamos con rodajes de filmes y de historias policíacas. Fue John Frankenheimer quien decidió esconder aquél invierno una maleta de la que nadie supo nunca el contenido, y por la cual también un equipo de agentes secretos y medio Hollywood invadió una mañana el barrio para evitar que un espía soviético huyera con ella. Así empezó en la puerta de mi edificio el rodaje de Ronin que duró dos semanas, y una vez al bajar a buscar mis facturas descubrí a Robert de Niro en el vestíbulo mientras yo revisaba mi correo. Estaba solo, friolento y bastante aburrido.  No lo dijo pero andaba con cara de estar esperando a que en las calles heladas por fin se decidieran a filmar su escena. Me pidió fuego porque seguramente su abrigo pertenecía a la producción y ahí no llevaba asuntos inflamables. En ese momento creí que yo no era yo, y que él tampoco podía ser el verdadero De Niro porque mi edifico era apenas una jaula de gente inapropiada, pero fumamos juntos en la entrada sin cruzar una palabra porque yo hablo muy mal inglés y supongo que el muy mal español o francés. Al otro día bajé con la esperanza de ofrecerle otro cigarrillo pero un agente secreto me impidió ir a tomar un café a la esquina de mi calle porque De Niro y Jean Reno habían por fin descubierto que Jonathan Price quería escaparse con la maleta y estaban vigilándolo frente a mi puerta desde hacía ya varias horas. Aquel día casi le arruino todo al Kremlin mientras los espías huían del lado de mi ventana con la valija y empezaba una persecución implacable de accidentes patrocinados por Peugeot por las calles de París.
No vivo más en aquel sitio donde además de la valija secreta sucedieron muchas otras cosas, pero hace algunos años vi una luz al pasar. Yo ya no fumaba pero me quedé un rato frente al vestíbulo en donde Robert De Niro y yo fumamos como dos cowboys Marlboro de un pueblo fantasma. El código del edificio no había cambiado, así que entré y tomé el elevador hasta llegar a la puerta de una de aquellas mujeres suicidas de ajedrez, tabaco, y amores ilógicos pensando que todo era como retornar al lugar de un crimen al que se puede volver así nomás, sin ninguna consecuencia. Imaginé que ella se tiraría en mis brazos. Oí la llave. Vi la cerradura. El corazón me palpitaba y cuando abrió me di cuenta que al fondo del departamento nada cambiaba, que ella seguía igual y que la belleza siempre sería su fuerte. El tiempo se detuvo. Ella también me vio un instante y respiró antes de comprender que no era una mala broma y que quien estaba de verdad ahí era yo… y sólo entonces me soltó un tremendo portazo. Pensé en tocar de nuevo, pero comprendí que afuera del cine hay escenarios incurables de la vida en donde siempre habrá una puerta de por medio y a donde lo mejor es no volver ya nunca más.
 

 

 

© Marlon Meza Teni

(Publicado en el diario Siglo XXI de Guatemala)

 

 

 
 

viernes, 8 de noviembre de 2013

Histerias de Amor. Calles Parisinas


       

Calles Parisinas
Histerias de Amor

 

Cinema Saint-André des Arts  

30 Rue Saint-André des Arts, 75006 Paris
 
 
 
No sé cuantas historias de amor me ha tocado vivir hasta hoy. Lo cierto es que una buena parte ha sido desastrosa, pues uno casi siempre se enamora de quien no debe. La primera vez fue en Kinder Garden, de una chiquilla con quien siempre nos tocó llevarnos de la mano en las excursiones de la ciudad. Una pelirroja  que en secreto me besó un día a la hora del recreo. Durante la primaria estuve muy enamorado también de mi maestra de inglés porque tenía unas piernas muy bonitas y un marido gordo y espantoso al que yo odiaba mucho. De la adolescencia ni hablar porque fui torpe, tímido, y el cupido que me dieron los dioses era medio ciego y siempre me clavó sus flechas en la retaguardia y jamás donde apuntaba.  Me enamoré por fin a los veinte como Dios manda, y como también condena, de una mujer que siempre vivió con una mochila de viaje al lado de la cabecera. Primer amor que además de la felicidad también destroza y pesa en el futuro como los fierros de un barco que naufragó. Primer amor donde uno pone la vida y acaba con las ilusiones amarradas a un maldito hilo de cicatrices. Más tarde mi vida fue intensa y descarriada, porque la timidez me la mandó al diablo una italiana salvaje, y porque en la Cité Universitaire de Paris me tocó vivir en la casa de Noruega, sitio que entonces era el equivalente moderno de Sodoma y Gomorra, y en donde me despertaba esperando a que un fuego divino me consumiera junto a esas rubias trapecistas de la noche. Me enamoré más tarde de una bailarina del Lido de París, y de Cenicienta en Disneylandia. Me enamoré de una chica Marroquí y terminé saliendo con una de la Marroquín en Guatemala. El corazón se me fue convirtiendo en un fruto enfermo que de pronto empezó a pompear más tinta que sangre (de hecho no quiero saber lo que en él descubran cuando por fin se inventen aparatos para detectar traiciones y adulterios) Las veces que me ha tocado consolar a mis amigas he tenido que servirles de cocinero, y no sólo se han bebido mis botellas de vino y me han dejado la madrugada y las sábanas llenas de un amor histérico y llorón, sino que a la vuelta se han largado diciendo que soy el hermano que siempre quisieron tener. Hace algunos años dediqué mis instintos a una marionetista desquiciada que un día fabricó un monigote llamado Petit Jean, pues sentía el deseo de tener conmigo algo menos peligroso que un hijo, pero un día tuvimos que llamar a una ambulancia porque también creía que Bin Laden que entonces ya estaba muerto venía para Francia.   
Es muy extraño todo esto del amor, su personajes y esa genealogía de emociones guardadas en un museo de recuerdos femeninos de todos los colores y todos los sabores, aunque aún pienso en aquella niña pelirroja que en el Kinder Garden marcó mi vida con ese beso húmedo que muy seguido me despierta, y que a estas alturas ha de estar vieja, gorda y llena de inquietudes. Afortunadamente yo sigo incorregible, volteándole las horas a la noche y tratando de encontrar un nudo a la razón de mis desvelos. El amor llega lejano, en una estación de tren de la estación del norte, la butaca de un cine vacío a donde voy para dormir un rato, o el baño de un avión que nunca cae.      
 
 

© Marlon Meza Teni
(Publicado en el diario Siglo XXI de Guatemala)





domingo, 3 de noviembre de 2013

Calles Parisinas. Mainstreet 77


 

  


Calles Parisinas

Disneyland París.



Me agrada la confianza del departamento de espectáculos de Disney Productions que sabe que como he trabajado bajo secreto profesional, yo sería incapaz de contar que el verdadero Mickey Mouse es un enano árabe depresivo con quien a veces tomo el tren para volver a la ciudad. A mí no me gusta que la gente sepa que tuve una aventura con Cenicienta y que un día rompimos porque aparte de coqueterías con medio reino, detrás del disfraz nos encontramos una realidad refunfuñona cargada de vicios. Ellos saben que no cuento que la Bella Durmiente padece insomnios, y que a Peter Pan por retrasos laborales lo mandaron a vender Pop Corn a la entrada del reino mágico. Que Pinocho antes de narizón fue un pirata del caribe, y que a Daisy pronto la van a expulsar de Francia por falta de permiso territorial. Nunca diré que en los camerinos existen micrófonos y escuchas secretas, y que Disney Company no puede más con las deudas, los juicios, ni con las quejas de aquella fauna de peluches renegando por los bajos sueldos y los malos tratos.

Afortunadamente los directores artísticos de Disney Productions saben que yo no contaría jamás que a Blanca Nieves la despidieron por haberse engordado veinte libras después de las vacaciones, ni que Tarzán y el capitán Garfio se reventaron el disfraz y la peluca por un lío de amor con Alicia, la del país de las maravillas, ni que Whinnie the Poo fuma peor que un barco de vapor mientras apuesta su sueldo en los hipódromos parisinos. Tampoco, que Baloo es una nórdica tuerta contratada por su cojera natural, ni que el genio de Aladino se casó por fin con uno de los tres cerditos a finales del otoño.

            Me gustan los secretos y las cosas que veo en Disneyland París cuando de nuevo el teléfono suena y acepto el contrato artístico de verano. Pero me gusta por sobre todas las cosas que el departamento de entretenimientos me tenga una confianza ciega, y que sepan que yo no cuento nada de lo que veo detrás de las cortinas y los escenarios, y menos las tristezas, porque sea como sea siguen siendo deficiencias de la alegría. Me gusta volver a Disneyland París para jugar ajedrez con Pluto y enseñarle canciones en el piano al pato Donald. Me gusta ser realista, y que todo mundo en el trabajo esté seguro que por sobre todo yo soy un músico discreto. Pero también me agrada que nadie sepa que escribo para no tener que hablar, y que la tinta me lava de toda culpa cuando la vida se pone absurda y confabula entre peluches falsos westerns y ragtimes. Si bien, parece ser que afuera del reino mágico de Disney y del árabe Mickey Mouse las cosas siguen algo más que peor. Que se comercia con el hambre infantil y que pronto habrá un Ministro de descaros y hasta semáforos sin colores. Vaya mundos. 



© Marlon Meza Teni
(Publicado en el diario Siglo XXI de Guatemala)