sábado, 15 de octubre de 2016

Marlon Meza Teni retrata a París y a sus habitantes.

Revista D

Prensa Libre

Meza Teni radica en Francia donde  desarrolla distintas facetas artísticas. El guatemalteco renunció a sus estudios de Arquitectura para dedicarse a la música. En octubre de 1985 dejó  el país y viajó a Francia para instruirse. Le gustan también la fotografía, la literatura y el futbol.

 

 

¿En qué sitios se ha formado?

 
Esencialmente en l’Ecole Normale Superieure de Musique de Paris, con el piano clásico, y en el Conservatorio de Rueil Malmaison, con el piano jazz. Las posibilidades de creación que me ofrece este instrumento son infinitas, hay mundos ahí adentro y sin lugar a dudas es el lugar en donde mejor me siento.


"Disneyland es mi segunda casa, y nunca les he dicho que no a ninguna propuesta". (Foto: Rosalind Harvey).
(Foto: Rosalind Harvey).

¿Cómo fueron sus años en ese centro?


Estudié cuatro años en una clase privilegiada, la del maestro polaco Marian Rybicki. El nivel era altísimo, porque esta escuela es en cierta forma la Meca de los pianistas de concierto que buscan un puente hacia la escena internacional, y él solo formaba a concertistas cuando yo apenas empezaba. Fue muy paciente, me aceptó en su clase cuando yo no tenía técnica de nada, y con la única condición de alcanzar cierto nivel cada trimestre. Le debo el amor y el respeto más grande a la música.

 

¿Ha impartido clases?


Fui profesor de piano del Centro Departamental para las Artes de Versalles durante 21 años, de 1994 a 2015, y director del Departamento de Música durante dos. La enseñanza en mi caso es capital, porque es una aproximación directa con el ser humano. Nunca he sabido quién aprende más, si mis alumnos de mí o yo de ellos.

Hable de su experiencia laboral en Disneyland Paris.


Fui contratado en Disneyland, que en ese entonces se llamaba Eurodisneyland, antes de su apertura en 1992, como músico y director de una comedia musical en donde además de tocar el piano tenía un pequeño papel junto con actores y equipos de bailarinas. Eso duró dos años.

 

¿Qué sucedió después?


Disney-Productions me dio la posibilidad de poner en práctica toda la teoría aprendida en los conservatorios con big bands, music halls y los primeros años de historia del jazz, entonces participé en arreglos y adaptaciones para las orquestas del parque.
Disneyland es mi segunda casa, y nunca les he dicho que no a ninguna propuesta. El nivel de los músicos es muy alto y el lugar me obliga a mantener la imaginación en constante movimiento.

 

¿Continúa laborando con esta empresa?


Cuando se abrió Walt-Disney Studios pasé a la parte de orquestas que interpretaban música de filmes, incluso, terminé cantando por una necesidad de ser polivalente y aportar ideas. Ahí me he cruzado con gente maravillosa. Siempre he dicho que cada vez que acepto nuevos contratos me pagan en realidad por divertirme de manera profesional. No hay que olvidar que Disneyland es el Hollywood de los niños. Sigo a medio tiempo, y durante el verano y Navidad a casi tiempo completo.

 

¿Por qué le gusta tanto el jazz?


No lo sé, quizás por ser un género que nació en la opresión y la esclavitud de un pueblo y que evolucionó hasta llegar a la libertad que ofrece la improvisación.

 

¿Forma parte de algún grupo?


Intento, pero la forma como ha evolucionado el jazz me atrae cada vez menos. En ese orden de ideas, me parece que la propuesta de Gaby Moreno es una especie de milagro de la música actual, porque ha logrado salvar a la tradición del jazz en toda su esencia, haciendo y deshaciendo, en simultáneo con un estilo muy personal y un timbre de voz único.

 

¿Cuál fue el primer poemario que publicó?


Noches de pan con luna, en el 2004, que ya lleva cinco ediciones (francés/español) desde entonces. El tema era muy diverso, pero en resumen era un saldo de mis imágenes oníricas de los ángeles que me perseguían o me invadían la cabeza durante mi niñez.

 

¿Qué títulos le siguieron?


El libro de cuentos Secretos de café con fin (2001),  y los poemarios Kind of Blue (2005-2006) y El paladar del lobo (2012), una breve recopilación de una década. Publiqué también cuentos distribuidos en antologías de revistas y editoriales de Latinoamérica y en la Editorial Popular de España.

 

¿Está trabajando algún nuevo material?


Antes de fin de año debo entregar a mi editor en Francia un nuevo libro de poesía que se llamará Las ilusiones temporales. Es un verdadero sufrimiento porque decidí reescribirlo en francés, es decir, interpretar mis intenciones y no traducir textualmente el texto del español.

 

¿Guarda París Blues, su blog, relación con sus inquietudes literarias?


Ese era el nombre de una columna que tuve en un diario de Guatemala, y que trataba exclusivamente sobre anécdotas de París. Luego pasó a ser el título de uno de mis libros de cuentos y, después, el de mi blog; ahí  no escribo regularmente, pero he publicado crónicas, entrevistas y hasta algunas de mis fotografías. Por último, París Blues, nombró a una serie de pequeños cortometrajes y entrevistas improvisadas con gente en las calles parisinas.

 

¿Qué tipo de literatura le atrae? ¿Cuántos libros tiene?


Nunca cuento cuántos compro, pero leo  muchos y entre esos los que saco de la biblioteca. Leo probablemente una veintena por mes. No manejo carro, dedico  todo el tiempo del transporte público a la lectura, es decir, tres horas diarias como mínimo, más el espacio que dedico a la literatura, y que incluye escritura, estudio y relectura de textos.
No sé cuántos libros tiene mi biblioteca personal, me aterra pensar que hay una cifra que los defina. Solo sé decir que casi no tengo paredes libres en mi departamento. Me atrae toda la literatura, pero también leo muchos de historia, filosofía y de neurobiología. Me intriga el tejido cerebral casi tanto como el piano.

 

La fotografía es otro de sus intereses.


Es el único de mis oficios serios que no me trae ni remuneraciones ni problemas, contrariamente a la música, que me da  para vivir, y la escritura, que solo angustias me ocasiona. La fotografía es mi descanso privado. Mi forma de hacer música visualmente. Mi manera de robarle a la vida un momento peculiar, de apropiarme para siempre de algo extraño.
Los escritores estamos expuestos siempre a que sucedan cosas alrededor de nosotros que muchas veces nadie ve, y si bien es cierto que fotografiar puede ser una forma visual de hacer música, también una foto es una forma de escribir una historia.

 

¿Qué temas prefiere captar?


París y sus habitantes, ese es mi tema preferido. Me gustan los rostros imprevistos, pero también las calles durante la noche. Dedico días enteros durante la primavera y el verano para caminar, recorrer los parques, sentarme en las mesas de algún café, o a las salidas de una estación de metro, donde detecto que algo está por pasar.

 

¿Considera que un artista es incompatible con el futbol?


El futbol es un vínculo fraternal entre los pueblos. Lo detestan, por lo general, los seudo intelectuales que nunca han tocado una pelota, o quienes no saben lo que es el trabajo en equipo. Lo juzgan violento.En Francia (1998) cumplí el sueño de vivir una Copa Mundial de Futbol. Ese año terminaba mi beca y pude extender mi estadía al apostar que el equipo francés le ganaría 3-0 a Brasil. Todo mundo me dijo que eso era poco probable, pero Francia ganó.

 

¿Qué opina de los atentados ocurridos en Francia?


Son hechos cometidos contra los valores de la humanidad.


En Francia

  • Nació en Guatemala (1963). Es músico, escritor y fotógrafo.

  • Obtuvo en el 2005 el premio del Centre National du Livre, Decouverte en Litterature étrangere.

  • En el 2013 recibió la primera Medalla del Senado de Francia otorgada a un artista guatemalteco.

  • En 2014, con ocasión del 40 aniversario del fallecimiento de Miguel Ángel Asturias, ofreció una conferencia para el círculo de embajadores y delegados de la Unesco, en París.

  • Tiene un registro fotográfico de los artistas guatemaltecos que han destacado en Francia.

  • Creó  Pianimages, dedicada a la producción audiovisual.



del 24 de Julio de 2016
 http://www.prensalibre.com/revista-d/marlon-meza-teni-retrata-a-paris-y-a-sus-habitantes
 
 
 
 

Razones para emigrar en otoño.



Photo © Marlon Meza Teni.

Por Marlon Meza Teni

Llegué a Francia a principios de octubre de 1985. Con una mochila apenas distinta de la que me sirve aún para viajar hoy, un maletín con algunas partituras de Bach, Scott Joplin, y algunas hojas de papel pautado. Aterricé en París sin hablar una palabra de francés y sin teléfono celular. Mark Zuckerberg tenía dos años de haber nacido y no existía Facebook, ni Whatsapp, ni Skype. Llegué sin conocer a nadie y sin saber en dónde iba a vivir. Sin nada, salvo un papel doblado entre la bolsa que decía que yo era estudiante extranjero con una beca para estudiar música. No había nadie a la salida del aeropuerto. A la mujer encargada de llegar a buscarme la encontré tejiendo una bufanda de lana cuatro horas después en una oficina fantasma del aeropuerto. Chequeó mi nombre en una lista. Me preguntó con señas si traía dinero. Saqué lo que traía en dólares. Me dio a entender que ese dinero no funcionaba aquí y que había que cambiarlo a moneda local, agarró unos billetes y sacó el equivalente en francos de una cajita de metal. Los euros no existían. Escribió algo en un papel y luego me dio a entender que me fuera y que le diera ese papel a cualquier taxista. Siempre me quedé con la duda de lo que pudo haber escrito, porque el taxista no me cobró pero tampoco me dirigió la palabra en todo el trayecto, y estuvo bien porque de todos modos no le hubiera entendido nada. Hace treinta y un años atravesé París por primera vez bajo un sol gigante de otoño. Esa tarde sigue intacta. El taxi me dejó en una residencia universitaria donde sólo tuve derecho a dos noches. A los dos días me dijeron por señas que un estudiante nuevo venía también por sus dos noches. Anduve en hoteles baratos durmiendo en cuartos hasta de seis gentes durante dos semanas, hasta que en la oficina de becados me dijeron por señas que me habían encontrado una habitación de doce metros cuadrados. Un Hilton de estudiantes africanos, árabes y franceses sin muchos recursos.
Hace treinta y un años yo solo sabía que no iba a ver a mi familia por mucho tiempo, y que no iba a poner nunca una foto de mis viejos ni de mis hermanos en la pared o en una cabecera para no quebrarme y terminar por regresar a Guatemala en un bajón. Los recuerdos a veces son malos consejeros. No sabía lo que sería mi vida tres décadas después. R. era una niña de Bristol, Inglaterra, con 4 años de edad en ese momento y las posibilidades de que un día nos encontráramos y tuviéramos una historia de amor eran tan improbables como cruzarme con el verdadero Jack el destripador. Ignoraba todo de la vida afuera de mi familia. Todo de las habitaciones en donde viviría. De las noches sin sueño, de las horas estudiando el piano en un subsuelo. No sabía lo que era un invierno y nunca había visto la nieve, ignoraba todo de la gente de todas partes del mundo con la que iba a cruzarme en París en determinados momentos, de los amigos que tarde o temprano siempre se irían, de los libros que leería, de las mudanzas, de los largos años de psicoterapias y psicoanalistas. Tocaba muy mal el piano cuando llegué con el Premio Nacional de Guatemala por haber sido el mejor pianista del país. “Nunca he oído a ningún pianista peor que tú en mi vida”, me dijo mi maestro principal que sólo formaba a concertistas rusos, japoneses y chinos medio genios. Con toda la educación del mundo, tal cual, y luego me aceptó en su clase como quien adopta a un perro desahuciado y termina encariñándose con su lealtad. Un ser humano que tuvo una paciencia infinita para transmitirme el amor por la enseñanza y el respeto hacia la música. El mismo que cuando obtuve mi diploma me dijo: “Nunca he visto a nadie tan empecinado en estudiar y no querer tomar nunca vacaciones”. 
Son más de tres décadas,  y acá me ha tocado vivir de todo, y callarme de todo para que en mi familia no se preocupen más de la cuenta. Desde entonces me he acostumbrado a muchas cosas salvo a las despedidas en los aeropuertos, que es uno de los peores aconteceres del mundo. Con el tiempo incluso pude atenuar el sentimiento de inmigrante que sólo se conoce hasta que se vive en otro idioma, de la misma forma que el de la extrañeza cuando he vuelto de vacaciones a Guatemala y veo que el lugar que un día tuve, ahora ya solo es una cicatriz  de mi vida que se resume a un tajo de recuerdos de infancia, un viejo piano en casa de mi madre, y una caja con discos de vinilo y cuadernos que nunca más he vuelto a abrir. No sé cuándo empecé a soñar en francés y a mezclar los dos idiomas al punto de olvidar  y confundir algunas palabras.  Son más de tres décadas durmiendo entre los libros de mi biblioteca, un nuevo piano y algunas historias de amor pegadas en la piel. Sigo acumulando números, códigos, besos, odios por la espalda, bemoles en los dedos, y quién sabe cuántas calles llevo pegadas al Jeans.
Todo este tiempo viendo a la Torre Eiffel, que es la única mujer con la que probablemente nunca me he peleado, y de la que sospecho, vaya uno a saber si no me estoy enamorando seriamente después de tantos años haciéndonos sonrisas. Como millones de seres en el mundo también emigrar fue mi caso. Y aunque no fue en una embarcación sobrecargada en el mediterráneo, igual me tocó entender desde el primer día que nadie emigra ni deja a su gente si no es para salvar o mejorar sus condiciones de vida; o a lo sumo para agudizar su visión del mundo y recobrarse de las ilusiones perdidas. De ser así, solo queda pensar que aunque se vaya acabando, la vida está siempre que empieza.

París, inicio del otoño de 2016.


Publicado en el suplemento cultural
del Diario La Hora de Guatemala