Por. Marlon Meza Teni.
El martes 2 de Julio de 2014, (hoy hace un año) mi amigo, el artista
guatemalteco Jacobo Rodríguez Padilla me dio la sorpresa de llegar a la
sede de la Unesco de París para asistir a una conferencia sobre Miguel
Ángel Asturias en la que yo participaba para el círculo de delegados y
embajadores de Unesco en París. Estuvo sentado en la primera fila,
atento y muy despierto y más tarde terminamos la noche como siempre, con
un grupo de amigos cercanos en un restaurante asiático de los de su
barrio de Montparnasse.
Jacobo y yo nos habíamos conocido en París hacía más de veinte años, y desde el primer momento en que platicamos me pidió que lo tratara de vos. A pesar de la diferencia de edades Jacobo siempre fue un hombre amigable, con quien yo me sentía cómodo cuando nos veíamos en su taller del barrio de Montparnasse o en la casa de amigos en común. Algunas veces después de alguna reunión tomamos el metro juntos para regresar cada quien a su departamento. Jacobo siempre tenía la cabeza llena de proyectos y recuerdos. A veces me hablaba de su estancia en México, de sus primeros años en París, o del grupo Saker-ti, del cual había sido miembro fundador. Nunca me dejaba ir sin preguntarme que libros estaba leyendo, y siempre me pedía con toda la educación del mundo que le hiciera alguna fotocopia de algún pasaje de alguno. Una vez lo entrevisté para el diario Siglo XXI. El recuerdo lo tengo muy claro todavía porque lo que empezó con una simple entrevista entre amigos terminó con un enojo pasajero porque no le gustaban ciertas preguntas, y porque yo había omitido otras que él hubiera preferido oír. Por entonces yo terminaba una formación en ingeniería de sonido y lo convencí de que grabaramos la plática, y hoy, cuando oigo las partes cortadas de aquella grabación todavía me río mucho, porque Jacobo estaba tan cansado como impresionado por el material que instalé en su casa las veces que nos reunimos. Como todo artista, era un perfeccionista en muchas cosas. Intratable en otras. Había temas y personajes a los que no había que mencionarle, pero no era un hombre injustamente caprichoso y una de sus mayores cualidades fue siempre ser leal a sus ideas y a su país. Con Jacobo nunca me sentía mal, como a veces me pasa aún cuando veo a otros guatemaltecos de mi generación o a otros cercanos a los de la suya, porque a pesar de su edad avanzada era un hombre curioso y capaz de reirse mucho. Hoy hace un año en la sede de Unesco se sentía muy contento, mucha gente dentro de los invitados vino a saludarlo y a conocerlo con admiración. A sus 92 años tenía una lucidez impresionante. Hace un año le tomé estas dos fotos durante la cena, entre los vasos vacíos del grupo de cinco que éramos, y su copa de vino que siempre era "una"... "pero de un vino que no me arranque la garganta", decía. Y fue la última vez que nos vimos.
Jacobo y yo nos habíamos conocido en París hacía más de veinte años, y desde el primer momento en que platicamos me pidió que lo tratara de vos. A pesar de la diferencia de edades Jacobo siempre fue un hombre amigable, con quien yo me sentía cómodo cuando nos veíamos en su taller del barrio de Montparnasse o en la casa de amigos en común. Algunas veces después de alguna reunión tomamos el metro juntos para regresar cada quien a su departamento. Jacobo siempre tenía la cabeza llena de proyectos y recuerdos. A veces me hablaba de su estancia en México, de sus primeros años en París, o del grupo Saker-ti, del cual había sido miembro fundador. Nunca me dejaba ir sin preguntarme que libros estaba leyendo, y siempre me pedía con toda la educación del mundo que le hiciera alguna fotocopia de algún pasaje de alguno. Una vez lo entrevisté para el diario Siglo XXI. El recuerdo lo tengo muy claro todavía porque lo que empezó con una simple entrevista entre amigos terminó con un enojo pasajero porque no le gustaban ciertas preguntas, y porque yo había omitido otras que él hubiera preferido oír. Por entonces yo terminaba una formación en ingeniería de sonido y lo convencí de que grabaramos la plática, y hoy, cuando oigo las partes cortadas de aquella grabación todavía me río mucho, porque Jacobo estaba tan cansado como impresionado por el material que instalé en su casa las veces que nos reunimos. Como todo artista, era un perfeccionista en muchas cosas. Intratable en otras. Había temas y personajes a los que no había que mencionarle, pero no era un hombre injustamente caprichoso y una de sus mayores cualidades fue siempre ser leal a sus ideas y a su país. Con Jacobo nunca me sentía mal, como a veces me pasa aún cuando veo a otros guatemaltecos de mi generación o a otros cercanos a los de la suya, porque a pesar de su edad avanzada era un hombre curioso y capaz de reirse mucho. Hoy hace un año en la sede de Unesco se sentía muy contento, mucha gente dentro de los invitados vino a saludarlo y a conocerlo con admiración. A sus 92 años tenía una lucidez impresionante. Hace un año le tomé estas dos fotos durante la cena, entre los vasos vacíos del grupo de cinco que éramos, y su copa de vino que siempre era "una"... "pero de un vino que no me arranque la garganta", decía. Y fue la última vez que nos vimos.