sábado, 19 de octubre de 2013

Calles Parisinas

27, calle Saint Ferdinand.
Máquinas del tiempo

                                                         
El invierno en que Blanca empezó a dictarme sus memorias era tan helado que algunas veces resultaba inútil enrollarse la bufanda, apretar los puños entre los guantes y cerrarse los botones del abrigo. Al salir de la estación del metro yo corría hasta la plaza Saint Ferdinand, entraba al edificio, y poco después, protegidos por la calefacción, nos sentábamos en un rincón de la biblioteca del departamento en donde soplaba el fantasma de Miguel Ángel Asturias. Algunas veces hacíamos una breve pausa sin reparar en las horas que pasaban. Ella me dictaba y yo escribía. Por la tarde tomábamos té. Otras veces uvas con vino y queso. Blanca hablaba con la fuerza de un aguacero, encadenando los capítulos como quien quiere tejer los retazos del amor a la vejez en apenas un paño de hilos y colores percudidos por el tiempo. Muy seguido, Blanca me sorprendía con una caja de metal repleta de fotos, cartas y aromas a pasión tropical; manuscritos, y hasta papeles garabateados por el mismo Asturias. El teléfono sonaba poco, pero cuando sucedía, cualquier personaje mítico podía asomar al otro lado de la línea : La secretaria privada de François Mitterand, Pierre Cardin, y hasta el mismo Fidel Castro.

Con los meses comprendí que aquel libro de historias y hazañas en el que ambos trabajábamos sólo podía cerrarse con la muerte de Miguel Ángel Asturias en Madrid; pero repentinamente pasábamos más tiempo con el té, las uvas y el queso, y Blanca prefería hablar de todo salvo del último capítulo. Una tarde, mientras afuera nevaba yo me quedé a solas en el escritorio de la biblioteca. No había pasado mucho cuando vi que en una copia de la última novela inconclusa de Asturias, el error de una tecla defectuosa aparecía en todas las páginas. El mismo error que desfilaba también en el texto de las  ‘Memorias de Blanca’ que yo escribía. Sólo entonces me di cuenta de haber estado trabajando durante todos esos meses con la máquina de Miguel Ángel Asturias.
Blanca desapareció un día sin decirme adiós, y sus memorias quedaron como esa sinfonía de Schubert a la que siempre faltó una cadencia. Más tarde supe que se había ido a Rusia, y luego que vivía en Mallorca. Aquellos relatos y tardes con nieve y vino quedaron desperdigados entre ambos sin que alguien pudiera cerrar el círculo del último capítulo.  Por mi parte, llegué a preguntarme si Miguel Ángel Asturias no anduvo de verdad entre sus libros como ella siempre lo creyó. Y bueno, después de que todo desapareciera por fin un día de la plaza Saint Ferdinand, yo tampoco volví a ver, y menos a escribir con su vieja Remington. Hoy leo mucho, me enamoro, emigro según las estaciones, y escribo lo que puedo.

 
© Marlon Meza Teni
(Publicado en el diario Siglo XXI de Guatemala en 2005)

 
Miguel Angel Asturias nació el 19 de octubre de 1899.
Obtuvo el Premio Nobel de Literatura el 19 de octubre de 1967.
Su viuda, Sra. Blanca Mora y Araujo de Asturias murió un 19 de octubre con más de 100 años de edad. 



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