viernes, 8 de noviembre de 2013

Histerias de Amor. Calles Parisinas


       

Calles Parisinas
Histerias de Amor

 

Cinema Saint-André des Arts  

30 Rue Saint-André des Arts, 75006 Paris
 
 
 
No sé cuantas historias de amor me ha tocado vivir hasta hoy. Lo cierto es que una buena parte ha sido desastrosa, pues uno casi siempre se enamora de quien no debe. La primera vez fue en Kinder Garden, de una chiquilla con quien siempre nos tocó llevarnos de la mano en las excursiones de la ciudad. Una pelirroja  que en secreto me besó un día a la hora del recreo. Durante la primaria estuve muy enamorado también de mi maestra de inglés porque tenía unas piernas muy bonitas y un marido gordo y espantoso al que yo odiaba mucho. De la adolescencia ni hablar porque fui torpe, tímido, y el cupido que me dieron los dioses era medio ciego y siempre me clavó sus flechas en la retaguardia y jamás donde apuntaba.  Me enamoré por fin a los veinte como Dios manda, y como también condena, de una mujer que siempre vivió con una mochila de viaje al lado de la cabecera. Primer amor que además de la felicidad también destroza y pesa en el futuro como los fierros de un barco que naufragó. Primer amor donde uno pone la vida y acaba con las ilusiones amarradas a un maldito hilo de cicatrices. Más tarde mi vida fue intensa y descarriada, porque la timidez me la mandó al diablo una italiana salvaje, y porque en la Cité Universitaire de Paris me tocó vivir en la casa de Noruega, sitio que entonces era el equivalente moderno de Sodoma y Gomorra, y en donde me despertaba esperando a que un fuego divino me consumiera junto a esas rubias trapecistas de la noche. Me enamoré más tarde de una bailarina del Lido de París, y de Cenicienta en Disneylandia. Me enamoré de una chica Marroquí y terminé saliendo con una de la Marroquín en Guatemala. El corazón se me fue convirtiendo en un fruto enfermo que de pronto empezó a pompear más tinta que sangre (de hecho no quiero saber lo que en él descubran cuando por fin se inventen aparatos para detectar traiciones y adulterios) Las veces que me ha tocado consolar a mis amigas he tenido que servirles de cocinero, y no sólo se han bebido mis botellas de vino y me han dejado la madrugada y las sábanas llenas de un amor histérico y llorón, sino que a la vuelta se han largado diciendo que soy el hermano que siempre quisieron tener. Hace algunos años dediqué mis instintos a una marionetista desquiciada que un día fabricó un monigote llamado Petit Jean, pues sentía el deseo de tener conmigo algo menos peligroso que un hijo, pero un día tuvimos que llamar a una ambulancia porque también creía que Bin Laden que entonces ya estaba muerto venía para Francia.   
Es muy extraño todo esto del amor, su personajes y esa genealogía de emociones guardadas en un museo de recuerdos femeninos de todos los colores y todos los sabores, aunque aún pienso en aquella niña pelirroja que en el Kinder Garden marcó mi vida con ese beso húmedo que muy seguido me despierta, y que a estas alturas ha de estar vieja, gorda y llena de inquietudes. Afortunadamente yo sigo incorregible, volteándole las horas a la noche y tratando de encontrar un nudo a la razón de mis desvelos. El amor llega lejano, en una estación de tren de la estación del norte, la butaca de un cine vacío a donde voy para dormir un rato, o el baño de un avión que nunca cae.      
 
 

© Marlon Meza Teni
(Publicado en el diario Siglo XXI de Guatemala)





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