Calles Parisinas
Histerias de Amor
Cinema Saint-André des Arts
30 Rue Saint-André des Arts, 75006 Paris
No sé cuantas historias de amor me
ha tocado vivir hasta hoy. Lo cierto es que una buena parte ha sido
desastrosa, pues uno casi siempre se enamora de quien no debe. La primera vez fue en Kinder Garden, de una
chiquilla con quien siempre nos tocó llevarnos de la mano en las excursiones de
la ciudad. Una pelirroja que en secreto
me besó un día a la hora del recreo. Durante la primaria estuve muy enamorado
también de mi maestra de inglés porque tenía unas piernas muy bonitas y un
marido gordo y espantoso al que yo odiaba mucho. De la adolescencia ni hablar
porque fui torpe, tímido, y el cupido que me dieron los dioses era medio ciego
y siempre me clavó sus flechas en la retaguardia y jamás donde apuntaba. Me enamoré por fin a los veinte como Dios
manda, y como también condena, de una mujer que siempre vivió con una mochila
de viaje al lado de la cabecera. Primer amor que además de la felicidad también destroza y
pesa en el futuro como los fierros de un barco que naufragó. Primer amor donde
uno pone la vida y acaba con las ilusiones amarradas a un maldito hilo de cicatrices. Más
tarde mi vida fue intensa y descarriada, porque la timidez me la mandó al
diablo una italiana salvaje, y porque en la Cité
Universitaire de Paris me tocó vivir en la casa de Noruega, sitio que
entonces era el equivalente moderno de Sodoma y Gomorra, y en donde me
despertaba esperando a que un fuego divino me consumiera junto a esas rubias
trapecistas de la noche. Me enamoré más tarde de una bailarina del Lido de París,
y de Cenicienta en Disneylandia. Me enamoré de una chica Marroquí y terminé
saliendo con una de la Marroquín en Guatemala. El corazón se me fue
convirtiendo en un fruto enfermo que de pronto empezó a pompear más tinta que
sangre (de hecho no quiero saber lo que en él descubran cuando por fin se
inventen aparatos para detectar traiciones y adulterios) Las veces que me
ha tocado consolar a mis amigas he tenido que servirles de cocinero, y no sólo se han
bebido mis botellas de vino y me han dejado la madrugada y las sábanas llenas de un
amor histérico y llorón, sino que a la vuelta se han largado diciendo que soy
el hermano que siempre quisieron tener. Hace algunos años dediqué mis instintos a una
marionetista desquiciada que un día fabricó un monigote llamado Petit Jean, pues sentía el deseo de tener conmigo algo menos
peligroso que un hijo, pero un día tuvimos que llamar a una ambulancia porque
también creía que Bin Laden que entonces ya estaba muerto venía para Francia.
Es muy extraño todo esto del amor,
su personajes y esa genealogía de emociones guardadas en un museo de recuerdos
femeninos de todos los colores y todos los sabores, aunque aún pienso en
aquella niña pelirroja que en el Kinder Garden marcó mi vida con ese beso
húmedo que muy seguido me despierta, y que a estas alturas ha de estar vieja,
gorda y llena de inquietudes. Afortunadamente yo sigo incorregible, volteándole
las horas a la noche y tratando de encontrar un nudo a la razón de mis desvelos. El amor llega lejano, en una estación de tren de la estación del norte, la butaca de un cine
vacío a donde voy para dormir un rato, o el baño de un avión que nunca cae.
© Marlon Meza Teni
(Publicado en el diario Siglo XXI de Guatemala)
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