domingo, 3 de noviembre de 2013

Calles Parisinas. Mainstreet 77


 

  


Calles Parisinas

Disneyland París.



Me agrada la confianza del departamento de espectáculos de Disney Productions que sabe que como he trabajado bajo secreto profesional, yo sería incapaz de contar que el verdadero Mickey Mouse es un enano árabe depresivo con quien a veces tomo el tren para volver a la ciudad. A mí no me gusta que la gente sepa que tuve una aventura con Cenicienta y que un día rompimos porque aparte de coqueterías con medio reino, detrás del disfraz nos encontramos una realidad refunfuñona cargada de vicios. Ellos saben que no cuento que la Bella Durmiente padece insomnios, y que a Peter Pan por retrasos laborales lo mandaron a vender Pop Corn a la entrada del reino mágico. Que Pinocho antes de narizón fue un pirata del caribe, y que a Daisy pronto la van a expulsar de Francia por falta de permiso territorial. Nunca diré que en los camerinos existen micrófonos y escuchas secretas, y que Disney Company no puede más con las deudas, los juicios, ni con las quejas de aquella fauna de peluches renegando por los bajos sueldos y los malos tratos.

Afortunadamente los directores artísticos de Disney Productions saben que yo no contaría jamás que a Blanca Nieves la despidieron por haberse engordado veinte libras después de las vacaciones, ni que Tarzán y el capitán Garfio se reventaron el disfraz y la peluca por un lío de amor con Alicia, la del país de las maravillas, ni que Whinnie the Poo fuma peor que un barco de vapor mientras apuesta su sueldo en los hipódromos parisinos. Tampoco, que Baloo es una nórdica tuerta contratada por su cojera natural, ni que el genio de Aladino se casó por fin con uno de los tres cerditos a finales del otoño.

            Me gustan los secretos y las cosas que veo en Disneyland París cuando de nuevo el teléfono suena y acepto el contrato artístico de verano. Pero me gusta por sobre todas las cosas que el departamento de entretenimientos me tenga una confianza ciega, y que sepan que yo no cuento nada de lo que veo detrás de las cortinas y los escenarios, y menos las tristezas, porque sea como sea siguen siendo deficiencias de la alegría. Me gusta volver a Disneyland París para jugar ajedrez con Pluto y enseñarle canciones en el piano al pato Donald. Me gusta ser realista, y que todo mundo en el trabajo esté seguro que por sobre todo yo soy un músico discreto. Pero también me agrada que nadie sepa que escribo para no tener que hablar, y que la tinta me lava de toda culpa cuando la vida se pone absurda y confabula entre peluches falsos westerns y ragtimes. Si bien, parece ser que afuera del reino mágico de Disney y del árabe Mickey Mouse las cosas siguen algo más que peor. Que se comercia con el hambre infantil y que pronto habrá un Ministro de descaros y hasta semáforos sin colores. Vaya mundos. 



© Marlon Meza Teni
(Publicado en el diario Siglo XXI de Guatemala)
 

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