Calles Parisinas
Disneyland París.
Me agrada la confianza del departamento de espectáculos de Disney Productions que sabe que como he trabajado bajo secreto profesional, yo sería incapaz de contar que el verdadero Mickey Mouse es un enano árabe depresivo con quien a veces tomo el tren para volver a la ciudad. A mí no me gusta que la gente sepa que tuve una aventura con Cenicienta y que un día rompimos porque aparte de coqueterías con medio reino, detrás del disfraz nos encontramos una realidad refunfuñona cargada de vicios. Ellos saben que no cuento que la Bella Durmiente padece insomnios, y que a Peter Pan por retrasos laborales lo mandaron a vender Pop Corn a la entrada del reino mágico. Que Pinocho antes de narizón fue un pirata del caribe, y que a Daisy pronto la van a expulsar de Francia por falta de permiso territorial. Nunca diré que en los camerinos existen micrófonos y escuchas secretas, y que Disney Company no puede más con las deudas, los juicios, ni con las quejas de aquella fauna de peluches renegando por los bajos sueldos y los malos tratos.
Afortunadamente los
directores artísticos de Disney
Productions saben que yo no contaría jamás que a Blanca Nieves la
despidieron por haberse engordado veinte libras después de las vacaciones, ni
que Tarzán y el capitán Garfio se reventaron el disfraz y la peluca por un lío
de amor con Alicia, la del país de las maravillas, ni que Whinnie the Poo fuma
peor que un barco de vapor mientras apuesta su sueldo en los hipódromos
parisinos. Tampoco, que Baloo es una nórdica tuerta contratada por su
cojera natural, ni que el genio de Aladino se casó por fin con uno de los tres
cerditos a finales del otoño.
Me gustan
los secretos y las cosas que veo en Disneyland
París cuando de nuevo el teléfono suena y acepto el contrato artístico de
verano. Pero me gusta por sobre todas las cosas que el departamento de
entretenimientos me tenga una confianza ciega, y que sepan que yo no cuento
nada de lo que veo detrás de las cortinas y los escenarios, y menos las
tristezas, porque sea como sea siguen siendo deficiencias de la alegría. Me
gusta volver a Disneyland París para
jugar ajedrez con Pluto y enseñarle canciones en el piano al pato Donald. Me
gusta ser realista, y que todo mundo en el trabajo esté seguro que por sobre
todo yo soy un músico discreto. Pero también me agrada que nadie sepa que
escribo para no tener que hablar, y que la tinta me lava de toda culpa cuando
la vida se pone absurda y confabula entre peluches falsos westerns y ragtimes.
Si bien, parece ser que afuera del reino mágico de Disney y del árabe Mickey
Mouse las cosas siguen algo más que peor. Que se comercia con el hambre
infantil y que pronto habrá un Ministro de descaros y hasta semáforos sin
colores. Vaya mundos.
© Marlon Meza Teni
(Publicado en el diario Siglo XXI de Guatemala)
(Publicado en el diario Siglo XXI de Guatemala)
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