Llegada la primavera y el fin de mi primer año escolar, me atrevo a mencionarle a mi tutora en la oficina de becados mis gustos por el jazz, y mi sorpresa es enorme cuando me cuenta que Claude Bolling vive en Francia, no en los Estados Unidos como yo creía, y que también enseña en un conservatorio regional cuando no está de gira. A menudo toca en el famoso club de jazz Le Petit Journal de Montparnasse y en Le Petit Journal Saint Michel. Luego, me advierte que ni lo piense, pues mi beca tiene límites, y yo demasiado trabajo hasta alcanzar el nivel de la École Normale de Musique en donde me han inscrito. Le aseguro que no estoy pensando en meterme a más líos. Es cierto.
Claude Bolling, el saxofonista Don Byas, y el trompetista Roy Elrdige |
Claude Bolling, Brigitte Bardot, y el saxofonista Don Byas en el Club Saint Germain |
SEPTIEMBRE DE 1986
Una mañana me anuncian por teléfono que puedo asistir, como oyente libre, al examen de candidatos anuales que Claude Bolling pasará para su clase de piano-jazz y escritura musical en el conservatorio de Rueil-Malmaison. “Esta vez solo hay tres lugares disponibles, porque dos vienen del anterior, y tres no lograron llegar a fin de año”, me asegura la secretaria, y al oír esto imagino a tres seres cayendo sin paracaídas desde lo alto de un avión en el mar. Al lado de la ventana hay un jardín japonés. Una puerta se abre y lo veo entrar al auditorio. Es un hombre de mediana estatura y una mirada azul que nunca sale en las fotografías de la prensa ni en sus discos. No estoy ahí como candidato pero me tiemblan las piernas. Desde una butaca veo desfilar a todos los aspirantes que se secan las palmas de las manos y se truenan los huesos de los dedos antes de contar alguna historia personal y sentarse por fin a tocar como concertistas. Lo veo a él, el compositor de la suite para flauta y piano, muy sonriente con las chicas y en franca camaradería con los dos que lograron terminar el año anterior. Después de que todos han pasado, sin saber cómo, me animo a preguntar si puedo intentarlo. Él se voltea, me sonríe y hace un gesto señalándome el asiento del piano de cola. Le digo que vengo de Guatemala, y él me dice amable que no importa de dónde vengo. Le digo que estudio piano clásico en París, me dice que me felicita. Le digo que no hablo aún bien francés, me dice que no es clase de idiomas y que diga lo que tengo que decir con el piano. Le digo que no estaba inscrito para la audición, me pregunta mi nombre y lo apunta en la lista que tiene. Toco Bach pensando que no tengo nada que perder. Nos invitan a salir y a esperar dos horas en el corredor. Todos especulan, algunos impacientes fuman. Al final de la tarde nos hacen entrar y Bolling explica las razones por las que sí y las razones por las que no puede aceptar a todos. En resumen, una agenda de conciertos internacionales y grabaciones que no le deja tiempo para mucho. Mi nombre está entre los tres admitidos. Es lunes, y ese será el punto de partida de un viaje que durará ocho años impregnado de jazz y crossover. A las pocas semanas les informo lo ocurrido a mi maestro y a mi tutora de beca. Me felicitan y me dicen que ahora tendré que estudiar el doble, porque no puedo abandonar la Escuela Normal.
Los años han pasado. Es 30 de diciembre de 2020 y un mensaje de Manuelle me informa que Claude Bolling ha muerto. Yo lo sabía enfermo y retirado en su casa de la ciudad de Garches, en donde siempre clausurábamos el año escolar desde hacía mucho tiempo y a donde él nos invitaba para presentarnos a algún músico famoso de paso por París: Stan Getz, Yo Yo Ma, Manu Dibango, Winton Marsalis, y abrir una botella de champagne en su compañía. La noticia va a dar a ese sitio de mis recuerdos que empieza con el día en que mi amiga Carolina me dio en Guatemala el casete con la suite para flauta y piano. Y me veo de nuevo estudiando su música y aprendiendo las claves del jazz a su lado. Vuelvo a la época en donde del ídolo surgió un hombre secreto, enigmático y ajeno a los demás. Un compositor y concertista prodigio que una vez al año dejaba entrar a su territorio a cinco alumnos, a quienes al cabo de pocas semanas veía como a extraños, o acaso intrusos. Cinco entrometidos a los que no lograba entender ni transmitir nada y a quienes respondía con indiferencia invitándolos a quitarse del piano para sentarse él a tocar durante horas sin pronunciar una palabra ni dar una explicación, hasta que al cabo de algunas semanas y de aquel ejercicio de indiferencia, el grupo de los cinco elegidos se iba desgranando, y ya llegada la primavera solo quedábamos él y yo. Con el buen tiempo empezaban a brotar charlas, anécdotas de conciertos, risas, secretos personales para construir y enlazar acordes, formas para escribir partituras de orquesta. Consejos para la mano izquierda, análisis detallados sobre estilos, ejercicios para comprender la síncopa de Errol Garner, su aberración por las disonancias de Thelonious Monk, explicaciones pertinentes sobre el uso del pedal, de pronto me dejaba tareas precisas, y el archivo de algunos de sus manuscritos originales que le servían para explicarme el contrapunto barroco de Bach que utilizaba en el jazz. También me hacía preguntas sobre cómo era Guatemala, sobre los ritmos latinoamericanos, me hablaba de su infancia en Cannes, me recibía imitando el acento marsellés de Jean Pierre Rampal, el tono grave de Alexandre Lagoya, o burlándose amistosamente de mi forma de pronunciar las erres. Tocábamos juntos Bossa Nova en los dos pianos de su estudio, y llegada la noche comíamos un sándwich antes de volver al piano y seguir hablando esta vez de cómo escribir música para cine, hasta que Manuelle, o su esposa bajaban para decir que ya era tarde y él me decía en voz baja: “Quisiera morir sobre mi piano”.
EL BLUES DEL ADIÓS
Es el primer miércoles del año 2021, un día gris y lluvioso, como el que probablemente imaginó Vallejo cuando escribía “Me moriré en París con aguacero/ un día del cual tengo ya el recuerdo/ Me moriré en París –y no me corro- / tal vez un jueves, como es hoy, de otoño”. La ceremonia en la parroquia de Garches fue larga y tediosa, fabricada para hacer honor a la corona de rosas que envió Brigitte Bardot, y reconocerle al alcalde que haya prestado el piano en donde alguien destartaló el tema de Borsalino cuando el féretro entró. Junto al órgano del segundo nivel varios músicos de su orquesta interpretan Come Sunday de Duke Ellington. Desfilar frente a un ataúd es un gesto de comunión extraño y al mismo tiempo ilusorio, como también es imaginarlo durmiendo sobre la espalda de los hombres del servicio fúnebre acostumbrados a esta clase de quehaceres con la muerte. Por la pandemia el cortejo hacia el cementerio es limitado. Caminamos bajo una lluvia helada. No somos demasiados. Apenas la familia, algunas personalidades del ‘showbiz’ y algunos músicos que forman una orquesta improvisada de Dixieland y que empiezan a caminar detrás del carro fúnebre tocando Way down yonder in New Orleans… Lazy River… When the saints go marching in… En aquel lugar están también los restos del clarinetista Sydney Bechet. El carro se detiene, los empleados de la funeraria sacan el féretro y se encaminan hacia una sepultura abierta. Alguien murmura que hay que apresurarse porque están por cerrar. El hijo mayor dice las últimas palabras. Pasan una canasta con pétalos de rosa de la que cada quien tiene derecho a retirar un puñado para dejarlas caer sobre el ataúd que está en el fondo del agujero. Los muertos de este lado me recuerdan a mis muertos al otro lado del atlántico, que nunca he podido acompañar. Todos tenemos derecho a un último instante de reflexión frente a la sepultura. Abajo, el espacio es estrecho y oscuro. Gracias Monsieur Bolling, por las suites, los conciertos, las anécdotas, y las largas tardes de lunes llenas de blues, risas y swing.
París, invierno del año 2021.
Claude Bolling a los 15 años.* |
Claude Bolling y Duke Ellington.* |
Claude Bolling y Louis Armstrong.* |
Lionel Hampton y Claude Bolling.* |
Claude Bolling y Brigitte Bardot.*
Claude Bolling y Duke Ellington.*
Claude Bolling y Duke Ellington.* La Big Band de Claude Bolling.*
Claude Bolling y Eve Ruggieri.* |
Música original de la película "Borsalino". |
Suite para Flauta y Piano de Claude Bolling. |
Sonatas para dos pianos de Claude Bolling. |
Picnic Suite para flauta, guitarra y trio jazz. |
Suite para Violonchelo y trio jazz de Claude Bolling. |
Suite para trompeta y trio jazz de Claude Bolling |
Suite N° 2 para flauta y piano de Claude Bolling. |
Conservatorio de Rueil-Malmaison (1986-1994) |
1 comentario:
Qué triste para ti han de ser estos días... Me fascinó tu historia. Bella, bella descripción. Mucha historia en París para muchos. Tremenda serendipia con lo de la beca. Te abrazo fuerte, amante de la buena música.
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