Photo © Marlon Meza Teni
Por Marlon Meza Teni
Creí que era un
niño de Siria, o el fantasma de Aylan Kurdi, el niño que hace apenas un año apareció
ahogado en una playa de Turquía cuando un grupo de inmigrantes intentaba
atravesar un mar lejano para salvar la vida a causa de una guerra. Pero solo
era una silueta desolada. Un tumor oscuro de un país en donde la gente se jacta
de tener los mejores paisajes del mundo.
Casi todos
conocemos la Antigua, hemos ido a Atitlán, al Pacífico, Tikal, Río dulce, pero
cuántos de nosotros hemos ido a visitar el hambre y las huellas que va dejando
la hambruna en algunas regiones, y que también nos pertenecen. Habría que visitar
nuestros paisajes sombríos para saber cómo funciona toda la casa. Recorrer esa
Guatemala en donde también existen naufragios por desnutrición infantil a pocos
kilómetros del mar. No muy lejos de las carreteras por donde a menudo
transitamos hacia los paraísos más representativos
de nuestras tarjetas postales. Pero a nadie le gusta ver el horror ni oler la
hedentina de su propio patio, y con que la fachada esté presentable basta. Entérense
para quienes no lo saben o el bienestar los empuja a olvidar: La muerte por
hambre infantil está ahí nomás. Latente. Como un ave carroñera en territorios
en donde no hay nada de peliculero. Panoramas rurales del retraso en el crecimiento,
rincones repletos de anemia y sistemas inmunitarios completamente debilitados
por falta de energía. Lugares en donde conviven el hambre extrema y la hambruna.
Aunque cuidado, porque acá no estamos hablando del vacío en el estómago que nos
pone de malhumor cuando no tenemos a la mano una fruta, un pedazo de pan, un
menú McDonalds, el tortrix cotidiano, las papalinas, los tamales, los dulces
típicos, las quesadillas, una coca cola; pues lo que para nosotros no pasa de
ser una sensación de vacío, para mucha de nuestra gente es un alarido interno,
un terremoto que resuena en las entrañas, y por donde se van abriendo grietas
que como sea hay que repellar. Y no estamos hablando de Etiopía en donde las
mujeres se amarran una piedra plana sobre el estómago para aliviar los
temblores, ni de algunos países africanos en donde se ponen piedras en el fuego
y se les dice a los niños que la comida se está cocinando para que se duerman
mientras esperan. Ni de Haití donde se hacen tortillas con lodo para engañar al
sistema digestivo. Sino del país en donde los diputados se aumentan el sueldo y
en donde el actual Presidente de la República, que basó su campaña política en
la alimentación y la educación, ahora le aumenta los viáticos a sus
funcionarios (tan solo como una anécdota)
Según datos de Unicef, Guatemala es el país de
América Latina y el Caribe con el índice de desnutrición infantil crónica más
elevado en niños menores de cinco años (49,8%), y el quinto en el ranking
mundial. Pero atención… ¿Ironía del caso? también tenemos el décimo lugar en el
ranking de obesidad en adolescentes menores de quince años (27% de los
habitantes) Es decir que nuestro mapa nacional de paisajes nutritivos está
también patas arriba. Para variar
loqueando, porque las calorías que le faltan a unos, a otros les sobran. Así de clara y de ilógica es la repartición de
energía que recibe un cuerpo humano en
el país de la eterna primavera, en donde este reparto desigual que pasa
por la alimentación, provoca que los organismos no se desarrollen de la misma
forma, y existan diferencias obvias en el crecimiento, y en procesos tales como
la memoria, la atención, el lenguaje, la percepción, la solución de problemas o
la inteligencia y planificación que involucran a las funciones cerebrales.
Aunque lo interesante del caso es que aún nos
vanagloriemos de pertenecer a un terruño con 37 volcanes y 23 lagos que forman
parte de una naturaleza que ni siquiera fabricamos nosotros y que con suerte no
destruimos aún en su totalidad, y que en paralelo tengamos mandatarios que
anteponen su orgullo nacionalista a sus obligaciones, y en simultáneo permanecen
impasibles ante el derecho a la alimentación de un porcentaje de la población,
en su mayoría rural.
Paisajes humanos desolados que nos pertenecen y de
los que también somos responsables hay de sobra. En el 2015 fueron 89 niños
menores de cinco años los que perdieron la vida por falta de alimentación
suficiente, y 4 de cada 10 padecen de
desnutrición crónica en todo el territorio. Y si me equivoco en las cifras, búsquelas
y entérese con su propia curiosidad, porque con un sólo niño que muera de
hambre es suficiente para que ya ningún funcionario con un mínimo de dignidad acepte
a que se le suba un quetzal de sueldo, ni de viáticos, ni de nada. No mientras
existan en Guatemala niños que estén a punto de morir por desnutrición infantil,
porque también ellos son parte de nuestra escena.
Al muñeco de plástico de esta fotografía en el
puerto de San José me le acerqué, pero cuando lo levanté de la espuma y la
arena del mar, se le desprendió la cabeza de plástico y salió un cangrejo con
una trenza de algas marinas pestilentes. Y salté, porque cuando no funciona la
vista funciona el olfato, o algún otro sentido.
París, fin del verano de 2016.
Publicado en el suplemento cultural
del Diario La Hora de Guatemala.
del Diario La Hora de Guatemala.
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