martes, 17 de diciembre de 2013

Yo estaba así.

 




Yo estaba así cuando el Mundial de fútbol de 1998 en Francia estaba a la vuelta. Recuerdo que tenía pensado agarrar mis dos mochilas para irme de Francia cuando terminara. Se lo dije a mi banquero y a un par de amigos. Pero pronostiqué en las quinielas una final entre Francia y Brasil, y le aposté 700 francos franceses  a un hipotético 3 a 0 a favor de Francia. Me dijeron que estaba loco porque Francia no pasaría la primera ronda, y que estaba malgastando mi dinero. Pero gané. Ganamos, Zinedine Zidane y los demás. Y al día siguiente saqué la Pentax y tomé fotos de las calles y de la gente feliz como si con aquella apuesta hubiera contribuido a la felicidad ajena. También tomé muchas fotos del equipo en un Car de esos que parecen fabricados sólo para los triunfos, subiendo los Campos Elíseos con la copa del mundo en las manos.
Dos días después deshice la primera mochila en mi departamento del Père-Lachaise; y tres días días después deshice la segunda, cuatro días después deshice el poder abrasador de las convicciones y me acosté a dormir con toda la falta de humildad que conlleva seguir considerándose el centro del Universo. Pero las ofuscaciones de la mente me duraron poco, y me quedé en París, como esos hombres que no pueden vivir más con una mujer a la que no soportan y que tampoco la pueden dejar porque creen que siempre habrá días mejores. Y los hay. Y no me arrepiento de estar aún acá, ni de haberme dejado crecer desde entonces la ilusión y la barba.
 

 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

© Marlon Meza Teni


 

martes, 3 de diciembre de 2013

Calles Parisinas. Las malas compañías.


          
 23, bulevar Jourdan.
 Las malas compañías

 
Tomás bajaba corriendo las escaleras del edificio cada mañana. Compraba  un croissant en la panadería, lo deslizaba entre su abrigo y se marchaba pensando en el primer café que bebería a la salida del metro. Tomás me caía bien por el gusto en común que le teníamos a ciertas cosas, como por ejemplo el cine de Bergman y los libros de Paul Auster. Por lo demás éramos muy distintos. Él, un hombre de negocios lleno de rutinas, y yo, un músico inestable y sin horarios fijos. Me daba igual que fuera o viniera con trajines cada vez más distintos o que me despertara con sus pláticas de media noche, pues siempre reíamos a pierna suelta y él siempre asomaba con  historias extrañas. Quizá por eso yo le perdonaba todo, o casi todo. Pero un día, Tomás hizo un viaje de negocios al norte de África y no le fue bien. Meses después volvió, y yo me sorprendí al verlo en el Winston Churchill, el club de jazz en donde yo tocaba entonces. Se veía agotado y bastante ensimismado en sus recuerdos de infancia. Empezó a contarme sus  andanzas y su repentina decepción por los negocios y la vida. Quería irse lejos sin saber a dónde. Tenía deudas. Un día desapareció de nuevo, y yo no volví a saber nada de él hasta llegado el invierno Cuando de verdad se le veía muy mal y porque al parecer  había perdido todo y dormía en una alcantarilla de la ciudad. Uno se cansa de la gente fastidiosa sin saber cómo ni cuándo es que las situaciones se colman. Y es que a Tomás yo le hubiera perdonado todo salvo que se enamorara de Laura, porque yo andaba en las mismas, y si durante un tiempo dejé correr las cosas, debo admitir que de verdad me dolió mucho saber que ellos estaban juntos, que no tendría ya ninguna esperanza por ese lado y que probablemente yo también me había estado enamorando inútilmente de ella.
Fue entonces que decidí asesinar a Tomás con el único poder que tienen los escritores sobre sus personajes: el de la muerte.  Los seres de una ficción asoman a la vida y lo arrastran a uno tras sus pasos sin saber cómo ni dónde y uno les pertenece.  Por eso, y por mis celos sin razón fue que pensé que ya era hora de que Tomás desapareciera para siempre de mi novela Los ruidos de tu ausencia, de tal forma que me las ingenié para fabricarle un accidente extraño, aunque pronto me daría cuenta del error que había cometido porque ya nunca sabría a dónde tenían pensado llevarme él y Laura juntos. Estuve enfermo una semana,  sin abrirle la puerta a nadie y sin descolgar el teléfono cuando sonaba. Incluso hubo un momento en el que quise cambiar el argumento pero me di cuenta de que su muerte era un hecho irreversible, y peor aún, porque Laura lo esperaba en el capítulo siguiente sin saber que él no vendría más. Los días pasaron y yo no sabía como entablar un diálogo decoroso para explicarle a ella lo sucedido. Aún hoy no sé si tengo fuerzas para hacerlo. Por eso evito las páginas donde ella parece verme desde una vocal mientras se desnuda. Por eso me aterroriza la idea de utilizar de nuevo mi único recurso, que sería hacerla desaparecer también. Asesinarla como se hace en la vida para no darle explicaciones y menos aún confesarle que de tantas páginas a su lado siento que hay algo entre nosotros. La escritura me deja exhausto.  En esta ciudad las noches son largas y a menudo me despierto con los ánimos de un homicida, y sin que me quepa la menor duda de que la tinta puede tener también el aroma de la sangre.



© Marlon Meza Teni
(Publicado en el diario Siglo XXI de Guatemala)
 
 



jueves, 14 de noviembre de 2013

Calles Parisinas. 32 Calle des Partants.


 
Calles Parisinas.
Ronin
 
32, calle des Partants
75020. Paris
  
Durante diez años viví con un piano y mis libros en una buhardilla asoleada del barrio de Père Lachaise. Una colina embrujada desde donde se veía la ciudad al sureste. Refugio repleto de artistas excéntricos en donde una niña enterraba todo cuanto caía en sus manos y caminaba por los muros a treinta metros de altura. También había una inglesa dueña de un gato ciego que recorría el tejado con la actitud calculadora de un traidor. Un conserje alcohólico y viejo actor de cine que una mañana murió sin que nadie se diera cuenta, y un vecino en el piso de abajo que me dejó oír el dolor del VIH que se lo fue llevando. Tuve también vecinas suicidas con quienes algunas veces me metí en líos de ajedrez, tabaco y amores ilógicos que hubieran podido costarme muy caro. Mi ventana principal al mundo se abría sobre una de esas raras calles aún empedradas del viejo París en donde muy seguido nos despertábamos con rodajes de filmes y de historias policíacas. Fue John Frankenheimer quien decidió esconder aquél invierno una maleta de la que nadie supo nunca el contenido, y por la cual también un equipo de agentes secretos y medio Hollywood invadió una mañana el barrio para evitar que un espía soviético huyera con ella. Así empezó en la puerta de mi edificio el rodaje de Ronin que duró dos semanas, y una vez al bajar a buscar mis facturas descubrí a Robert de Niro en el vestíbulo mientras yo revisaba mi correo. Estaba solo, friolento y bastante aburrido.  No lo dijo pero andaba con cara de estar esperando a que en las calles heladas por fin se decidieran a filmar su escena. Me pidió fuego porque seguramente su abrigo pertenecía a la producción y ahí no llevaba asuntos inflamables. En ese momento creí que yo no era yo, y que él tampoco podía ser el verdadero De Niro porque mi edifico era apenas una jaula de gente inapropiada, pero fumamos juntos en la entrada sin cruzar una palabra porque yo hablo muy mal inglés y supongo que el muy mal español o francés. Al otro día bajé con la esperanza de ofrecerle otro cigarrillo pero un agente secreto me impidió ir a tomar un café a la esquina de mi calle porque De Niro y Jean Reno habían por fin descubierto que Jonathan Price quería escaparse con la maleta y estaban vigilándolo frente a mi puerta desde hacía ya varias horas. Aquel día casi le arruino todo al Kremlin mientras los espías huían del lado de mi ventana con la valija y empezaba una persecución implacable de accidentes patrocinados por Peugeot por las calles de París.
No vivo más en aquel sitio donde además de la valija secreta sucedieron muchas otras cosas, pero hace algunos años vi una luz al pasar. Yo ya no fumaba pero me quedé un rato frente al vestíbulo en donde Robert De Niro y yo fumamos como dos cowboys Marlboro de un pueblo fantasma. El código del edificio no había cambiado, así que entré y tomé el elevador hasta llegar a la puerta de una de aquellas mujeres suicidas de ajedrez, tabaco, y amores ilógicos pensando que todo era como retornar al lugar de un crimen al que se puede volver así nomás, sin ninguna consecuencia. Imaginé que ella se tiraría en mis brazos. Oí la llave. Vi la cerradura. El corazón me palpitaba y cuando abrió me di cuenta que al fondo del departamento nada cambiaba, que ella seguía igual y que la belleza siempre sería su fuerte. El tiempo se detuvo. Ella también me vio un instante y respiró antes de comprender que no era una mala broma y que quien estaba de verdad ahí era yo… y sólo entonces me soltó un tremendo portazo. Pensé en tocar de nuevo, pero comprendí que afuera del cine hay escenarios incurables de la vida en donde siempre habrá una puerta de por medio y a donde lo mejor es no volver ya nunca más.
 

 

 

© Marlon Meza Teni

(Publicado en el diario Siglo XXI de Guatemala)

 

 

 
 

viernes, 8 de noviembre de 2013

Histerias de Amor. Calles Parisinas


       

Calles Parisinas
Histerias de Amor

 

Cinema Saint-André des Arts  

30 Rue Saint-André des Arts, 75006 Paris
 
 
 
No sé cuantas historias de amor me ha tocado vivir hasta hoy. Lo cierto es que una buena parte ha sido desastrosa, pues uno casi siempre se enamora de quien no debe. La primera vez fue en Kinder Garden, de una chiquilla con quien siempre nos tocó llevarnos de la mano en las excursiones de la ciudad. Una pelirroja  que en secreto me besó un día a la hora del recreo. Durante la primaria estuve muy enamorado también de mi maestra de inglés porque tenía unas piernas muy bonitas y un marido gordo y espantoso al que yo odiaba mucho. De la adolescencia ni hablar porque fui torpe, tímido, y el cupido que me dieron los dioses era medio ciego y siempre me clavó sus flechas en la retaguardia y jamás donde apuntaba.  Me enamoré por fin a los veinte como Dios manda, y como también condena, de una mujer que siempre vivió con una mochila de viaje al lado de la cabecera. Primer amor que además de la felicidad también destroza y pesa en el futuro como los fierros de un barco que naufragó. Primer amor donde uno pone la vida y acaba con las ilusiones amarradas a un maldito hilo de cicatrices. Más tarde mi vida fue intensa y descarriada, porque la timidez me la mandó al diablo una italiana salvaje, y porque en la Cité Universitaire de Paris me tocó vivir en la casa de Noruega, sitio que entonces era el equivalente moderno de Sodoma y Gomorra, y en donde me despertaba esperando a que un fuego divino me consumiera junto a esas rubias trapecistas de la noche. Me enamoré más tarde de una bailarina del Lido de París, y de Cenicienta en Disneylandia. Me enamoré de una chica Marroquí y terminé saliendo con una de la Marroquín en Guatemala. El corazón se me fue convirtiendo en un fruto enfermo que de pronto empezó a pompear más tinta que sangre (de hecho no quiero saber lo que en él descubran cuando por fin se inventen aparatos para detectar traiciones y adulterios) Las veces que me ha tocado consolar a mis amigas he tenido que servirles de cocinero, y no sólo se han bebido mis botellas de vino y me han dejado la madrugada y las sábanas llenas de un amor histérico y llorón, sino que a la vuelta se han largado diciendo que soy el hermano que siempre quisieron tener. Hace algunos años dediqué mis instintos a una marionetista desquiciada que un día fabricó un monigote llamado Petit Jean, pues sentía el deseo de tener conmigo algo menos peligroso que un hijo, pero un día tuvimos que llamar a una ambulancia porque también creía que Bin Laden que entonces ya estaba muerto venía para Francia.   
Es muy extraño todo esto del amor, su personajes y esa genealogía de emociones guardadas en un museo de recuerdos femeninos de todos los colores y todos los sabores, aunque aún pienso en aquella niña pelirroja que en el Kinder Garden marcó mi vida con ese beso húmedo que muy seguido me despierta, y que a estas alturas ha de estar vieja, gorda y llena de inquietudes. Afortunadamente yo sigo incorregible, volteándole las horas a la noche y tratando de encontrar un nudo a la razón de mis desvelos. El amor llega lejano, en una estación de tren de la estación del norte, la butaca de un cine vacío a donde voy para dormir un rato, o el baño de un avión que nunca cae.      
 
 

© Marlon Meza Teni
(Publicado en el diario Siglo XXI de Guatemala)





domingo, 3 de noviembre de 2013

Calles Parisinas. Mainstreet 77


 

  


Calles Parisinas

Disneyland París.



Me agrada la confianza del departamento de espectáculos de Disney Productions que sabe que como he trabajado bajo secreto profesional, yo sería incapaz de contar que el verdadero Mickey Mouse es un enano árabe depresivo con quien a veces tomo el tren para volver a la ciudad. A mí no me gusta que la gente sepa que tuve una aventura con Cenicienta y que un día rompimos porque aparte de coqueterías con medio reino, detrás del disfraz nos encontramos una realidad refunfuñona cargada de vicios. Ellos saben que no cuento que la Bella Durmiente padece insomnios, y que a Peter Pan por retrasos laborales lo mandaron a vender Pop Corn a la entrada del reino mágico. Que Pinocho antes de narizón fue un pirata del caribe, y que a Daisy pronto la van a expulsar de Francia por falta de permiso territorial. Nunca diré que en los camerinos existen micrófonos y escuchas secretas, y que Disney Company no puede más con las deudas, los juicios, ni con las quejas de aquella fauna de peluches renegando por los bajos sueldos y los malos tratos.

Afortunadamente los directores artísticos de Disney Productions saben que yo no contaría jamás que a Blanca Nieves la despidieron por haberse engordado veinte libras después de las vacaciones, ni que Tarzán y el capitán Garfio se reventaron el disfraz y la peluca por un lío de amor con Alicia, la del país de las maravillas, ni que Whinnie the Poo fuma peor que un barco de vapor mientras apuesta su sueldo en los hipódromos parisinos. Tampoco, que Baloo es una nórdica tuerta contratada por su cojera natural, ni que el genio de Aladino se casó por fin con uno de los tres cerditos a finales del otoño.

            Me gustan los secretos y las cosas que veo en Disneyland París cuando de nuevo el teléfono suena y acepto el contrato artístico de verano. Pero me gusta por sobre todas las cosas que el departamento de entretenimientos me tenga una confianza ciega, y que sepan que yo no cuento nada de lo que veo detrás de las cortinas y los escenarios, y menos las tristezas, porque sea como sea siguen siendo deficiencias de la alegría. Me gusta volver a Disneyland París para jugar ajedrez con Pluto y enseñarle canciones en el piano al pato Donald. Me gusta ser realista, y que todo mundo en el trabajo esté seguro que por sobre todo yo soy un músico discreto. Pero también me agrada que nadie sepa que escribo para no tener que hablar, y que la tinta me lava de toda culpa cuando la vida se pone absurda y confabula entre peluches falsos westerns y ragtimes. Si bien, parece ser que afuera del reino mágico de Disney y del árabe Mickey Mouse las cosas siguen algo más que peor. Que se comercia con el hambre infantil y que pronto habrá un Ministro de descaros y hasta semáforos sin colores. Vaya mundos. 



© Marlon Meza Teni
(Publicado en el diario Siglo XXI de Guatemala)
 

martes, 22 de octubre de 2013

Metro Saint Paul.

Ayer tomé esta serie de fotos a la salida del Metro Saint Paul en el barrio judío de París. El sobresalto de una muchacha que llega tarde a la cita y la forma como va colocando las manos en el cuerpo del muchacho que esperaba desde hacía ratos... nadie me creería si cuento que antes de que ella llegara él tenía mala cara.
 
 





© Marlon Meza Teni


 


sábado, 19 de octubre de 2013

Calles Parisinas

27, calle Saint Ferdinand.
Máquinas del tiempo

                                                         
El invierno en que Blanca empezó a dictarme sus memorias era tan helado que algunas veces resultaba inútil enrollarse la bufanda, apretar los puños entre los guantes y cerrarse los botones del abrigo. Al salir de la estación del metro yo corría hasta la plaza Saint Ferdinand, entraba al edificio, y poco después, protegidos por la calefacción, nos sentábamos en un rincón de la biblioteca del departamento en donde soplaba el fantasma de Miguel Ángel Asturias. Algunas veces hacíamos una breve pausa sin reparar en las horas que pasaban. Ella me dictaba y yo escribía. Por la tarde tomábamos té. Otras veces uvas con vino y queso. Blanca hablaba con la fuerza de un aguacero, encadenando los capítulos como quien quiere tejer los retazos del amor a la vejez en apenas un paño de hilos y colores percudidos por el tiempo. Muy seguido, Blanca me sorprendía con una caja de metal repleta de fotos, cartas y aromas a pasión tropical; manuscritos, y hasta papeles garabateados por el mismo Asturias. El teléfono sonaba poco, pero cuando sucedía, cualquier personaje mítico podía asomar al otro lado de la línea : La secretaria privada de François Mitterand, Pierre Cardin, y hasta el mismo Fidel Castro.

Con los meses comprendí que aquel libro de historias y hazañas en el que ambos trabajábamos sólo podía cerrarse con la muerte de Miguel Ángel Asturias en Madrid; pero repentinamente pasábamos más tiempo con el té, las uvas y el queso, y Blanca prefería hablar de todo salvo del último capítulo. Una tarde, mientras afuera nevaba yo me quedé a solas en el escritorio de la biblioteca. No había pasado mucho cuando vi que en una copia de la última novela inconclusa de Asturias, el error de una tecla defectuosa aparecía en todas las páginas. El mismo error que desfilaba también en el texto de las  ‘Memorias de Blanca’ que yo escribía. Sólo entonces me di cuenta de haber estado trabajando durante todos esos meses con la máquina de Miguel Ángel Asturias.
Blanca desapareció un día sin decirme adiós, y sus memorias quedaron como esa sinfonía de Schubert a la que siempre faltó una cadencia. Más tarde supe que se había ido a Rusia, y luego que vivía en Mallorca. Aquellos relatos y tardes con nieve y vino quedaron desperdigados entre ambos sin que alguien pudiera cerrar el círculo del último capítulo.  Por mi parte, llegué a preguntarme si Miguel Ángel Asturias no anduvo de verdad entre sus libros como ella siempre lo creyó. Y bueno, después de que todo desapareciera por fin un día de la plaza Saint Ferdinand, yo tampoco volví a ver, y menos a escribir con su vieja Remington. Hoy leo mucho, me enamoro, emigro según las estaciones, y escribo lo que puedo.

 
© Marlon Meza Teni
(Publicado en el diario Siglo XXI de Guatemala en 2005)

 
Miguel Angel Asturias nació el 19 de octubre de 1899.
Obtuvo el Premio Nobel de Literatura el 19 de octubre de 1967.
Su viuda, Sra. Blanca Mora y Araujo de Asturias murió un 19 de octubre con más de 100 años de edad. 



viernes, 11 de octubre de 2013

París Blues: 11 de octubre.

París Blues: 11 de octubre.

11 de octubre.

 
(1985 - 2013)
Hace 28 años llegué a Francia con una mochila apenas distinta de la que me sirve para viajar aún. Por ahora tengo más libros, un piano y muchas historias pegadas a la memoria. La vida está siempre que empieza.

lunes, 7 de octubre de 2013

París Blues: Pavane

París Blues: Pavane

Pavane


Me gusta Ravel
para la izquierda                                                       
garabateado en Sol Mayor
y sin andenes en menores

su Adagio
en segundo movimiento

Dafnis / Cloe / y Malagueña
entre el Bolero

su merodeo sin extremos con el blues
sus delirios por Goya en un café oscuro
las ferias musicales
las cajas mortuorias
la serenata grotesca
 
sus arabescos solares
los valses extranjeros entre ruinas
sus humaredas para cuerdas

Me gusta el sonido de Ravel
entre tu cuerpo,
la Habanera entre tus piernas
la Rapsodia Española entre tus senos.
 
Me gusta el sonido de Ravel
para sexo
adagio
orgasmo
jazz
y movimientos.



©Marlon Meza Teni

(De la Antología "El Paladar del Lobo"
Poesía 2000-2009. Magna Terra Editores)
 

sábado, 5 de octubre de 2013

Suburbios de Metal



Qué haré con los árboles
asediados por el fierro.

La ciudad tiene venas de albañal
y luces de sol sin cielo.

Qué haré con mi tiempo azul
y el olor de un poema

con los sueños sin arrugas
y el amor de las sábanas sin lavar.

 La ciudad tiene venas
y sangre de aguarrás.

Qué haré
del paisaje de tu cuerpo y
con el retrato de tus besos,
de las sombras,
los charcos de la noche
y las tristezas en bemoles de mis dedos.

 Qué haré de los árboles que intento. 

Ciudad reflejos de metal
entrañas cavernas cloacas

qué haré con el mar del próximo verano
qué haré con los pájaros de mi tintero
qué haré del aguanieve
que haré del aguamiel

que haré con la jaula del ángel que ha emigrado
y de los verdes que no encuentran lugar.



©Marlon Meza Teni

(De la Antología "El Paladar del Lobo"
Poesía 2000-2009. Magna Terra Editores)

viernes, 4 de octubre de 2013

Niña que me ves según tus emociones


Niña que me ves según tus emociones
me causan pena tus espejos
porque independientemente de tus  noches,
mis palabras, tus anhelos,
soy como me ves
según el asco o el amor de tu mirada.

Soy como me invitas
como me adivinas
como me ignoras
según la humedad de tus calzones
según tus reglas dolorosas
la primavera de tu acné
según tus ilusiones y
el límite de mis fronteras.

Niña que me ves entre tus emociones
me causan pena tus espejos
me causan pena tus abismos
me duelen mucho tus silencios.
 
Niña que me llamas
y que me transformas
bajo la nata que cubre tus ojos
y el sonrojo que enciende tus dedos.

Niña que me invitas según tus desazones
es un desafuero ser como yo soy
y quedarme donde me encuentras
y no donde me esperas

Niña que me sueñas,
yo soy como me ves,
según el asco
o el amor de tu mirada.

Niña que me ves desde tus emociones
me causan tanta sombra tus cristales.


©Marlon Meza Teni

(De la Antología "El Paladar del Lobo"
Poesía 2000-2009. Magna Terra Editores)

martes, 1 de octubre de 2013

Señales Imborrables (de la Antología "El Paladar del Lobo")

 

Señales imborrables.

 

 

 
Palabras que despuntan o anochecen
con uno que otro verbo siempre salteador,
vaivén del adjetivo
muerte del proverbio,
metáfora se vuelve la resaca
cuando el sueño es náufrago,
 
Benditas las palabras
cuando ignoran la cautela
 
Benditos los rumores de la risa,
son huellas las palabras
cuando exigen el requiebro,
 
Benditos son los verbos de equimosis.
 
Benditas las palabras
que en tu boca agotan el acento.
Benditas las ásperas
y benditas las escabrosas.
 
Benditas son tus lunas
Malditos son mis lunes
cuando las caricias amanecen
más anémicas que el sol
 
bendito el grito de las caries,
los glosarios sin cuantía,
la infección del desamor.
 
Bendita la sonrisa de los viernes
las palabras de aguardiente,
la sangre de tus labios,
benditos los colmillos del perro
que muerde sin pelos en las eñes
 
benditas las palabras que esperando mudas
tratan de hilvanar nostalgias
desde su rincón.
 
Malditas las palabras antisépticas
benditas las señales imborrables  
benditas las palabras atonales
que no obedecen a temperamentos
ni se ajustan con el diapasón.
 
Benditas las palabras que ritman  
los días a tres cuartos
y las que bajan por las venas
en compás binario.
 
La amenaza que suda en los muros
el mensaje erótico
la ilusión retórica
 
Benditas las palabras
que  apuntan,
disparan,
te  salvan.
                  
Inalámbrico es el amor
del diccionario cuando
rompe sus rendijas,
 
benditas las putas mal remuneradas
que se entregan de todo corazón.
 
Benditas las palabras cuando evocan
el instinto desnudo,
y la herida húmeda
si en ella sobrevive el desafío.
 
Bendito los amores
de las camas
donde no se vende
pero se pierde el juicio.



(Poema de la Antología "El Paladar del Lobo")

© Marlon Meza Teni