lunes, 24 de marzo de 2008

París Blues en el Jazz de Cortázar





Marlon Meza Teni



Desde hace ya cierto tiempo que vivo con la agradable certeza de que si la composición musical en sí misma está influenciada por la literatura, la creación literaria ha obtenido igual provecho de las influencias del arte musical. De hecho, el Jazz ha inspirado páginas elogiosas de referencia en la obra de un número considerable de escritores, y si la preponderancia no generaliza en este caso, no son raros aquellos en los que esta expresión musical toma un lugar privilegiado. Al igual que Boris Vian, de quien puedo afirmar con el fervor de un adepto que su obra entera está verdaderamente poblada de Jazz, Julio Cortázar atiborró literalmente y en el buen sentido de la palabra, gran parte de sus textos, de Jazz y Blues. El interés de Cortazár en esta «Forma» nace bajo la impresión de ser la única música que reúne la noción de escritura automática o improvisación total de una escritura. Atraído por el surrealismo y metido de lleno en la lectura de autores como Bretón, Crevel y Aragón, el Jazz se convierte en un equivalente musical del surrealismo. Leer de nuevo o por primera vez el texto extraño y magnífico « El Perseguidor » incluido en los relatos de «Las Armas Secretas» es penetrar en la literatura sonora, sombría y sórdida, por qué no decirlo, del universo noctámbulo del Jazz con aires de tabaco, soledad y cierta desesperanza conformista que hace pensar en el lamento del «Blues urbano»; un universo que lejos de abandonar los elementos principales de sus raíces, se adapta a los cambios sociales de «América » en lo que muy pronto se bautizaría como Be-bop, y el Middle Jazz, posterior a la segunda guerra mundial. Cortázar esculpe involuntariamente un estilo de escritura similar a un «Standar de Jazz»: una línea melódica elaborada sobre una sucesión de acordes que se construyen a voluntad; lo que me hace pensar en el paralelo, nada casual cuando se sabe la importancia del Jazz en éste, con el título de su libro «Modelo para armar». Hablo de noción involuntaria porque al igual que la lectura, la música y otras artes, el inconsciente se impregna a través de los sentidos, provocando una raíz cultural de imágenes y formas que más tarde resurgen en una mixtura de innovaciones artísticas, o literarias en este caso. Profundizar en la literatura de Cortázar es escuchar el sonido oscuro y penetrante del auténtico canto negro-americano envolviendo el recorrido de sus personajes a la manera de una música para filmes; hago un paréntesis y cito, como ejemplo, la música de Miles Davis en el Filme «Ascenseur pour l'échafaud" (Ascenseur hacia el patíbulo) de Louis Malle, o la adaptación musical de Herbie Hancock para el Film de Bertrand Tavernier « Round Midnight » (Alrededor de la media noche ) Cualquiera de estos dos filmes carecería de sentido, si la música desvelada, elemento principal del mismo Jazz con que Cortázar ilustra sus textos, estuviera ausente. Podría quizás decirse entonces que la notoriedad de ciertos filmes y libros se debe a que estos ilustran de manera servil el protagonismo merecido que le corresponde al Jazz, y no viceversa. Un hecho verídico que la mayor parte de cineastas y escritores serían incapaces de confrontar a las razones de renombre de una buena taquilla o de "tal" éxito literario…! Sólo se me ocurre como posibilidad en un dilema sano que no dejaría de ser inútil y anecdótico cuando las artes se conjugan.
La obra mayor de Cortázar es sin lugar a dudas Rayuela. Con precaución me atrevería a opinar que en ella se encuentra el viaje más fascinante que la literatura hispanoamericana haya consagrado indirectamente a la historia del Jazz. Un texto, que pasando de la novela al ensayo, de la reflexión a la acción, lleva en sí, esa música imperecedera que acompaña y condiciona la escritura hasta convertirla dentro de otras tantas cosas y ¡con que tacto! en un catálogo discográfico digno de confianza para el amante del Jazz, o el neófito que sienta el deseo de iniciarse. Cortázar nos lleva por la voz brumosa y melancólica de Bessie Smith (la emperatriz del blues) cantando I wanna be somebody's baby doll, nos hace sentir la necesidad de respirar hondo como Colemans Hawkins antes de atacar una melodía, al igual que respira uno de sus personajes cuando se digna explicar un verso oscuro a otro. Nos hace renunciar a seguir los juegos de Dizzi Gillespie sin red en el trapecio más alto…El capitulo 17, que muestra su admiración por el gran Louis Armostrong, es de todas las alusiones que existen en Rayuela, el canto al Jazz más apasionado y conciso. Rayuela es una novela escrita sin precipitación a lo largo de varios años en París. Cuando es publicada por primera vez en 1963, Julio Cortázar tiene 50 años de edad, y 12 de vivir en la capital francesa. La obra está dividida en dos grandes partes: «Del lado de allá» (situada en París) y «Del lado de acá» (el personaje ha vuelto a Buenos Aires) A esto se añade una tercera parte, «De otros lados» (llenos de material textual, citas biblilográficas y autocríticas atribuidas a uno de sus personajes) El contraste musical entre las últimas partes y la primera salta a la lectura. El Jazz que inunda los hechos acontecidos en París, es más escaso en el Buenos Aires del tango. En una opinión muy personal que prevalece únicamente por la experiencia no me queda sino decir que, si bien París es conocida como la ciudad luz también (y al igual que Nueva York) es una ciudad «Blues»…
El 'blues', una de las estructuras escenciales del Jazz está definido por cualquier diccionario como un género poético de la expresión musical negro-americana. Etimológicamente es un canto de soledad, desesperación y tristeza lírica. Julio Cortázar se queda a vivir en París en 1951 después de haber llegado con una beca del gobierno francés. De esto deriva indudablemente el desarraigo evidente, entre las dos primeras partes de la novela (París y Buenos Aires), al que Cortázar se ve confrontado. La perdida de una identidad absorbida por la gran ciudad europea frente a la posibilidad de comprender gracias a la distancia, la realidad hispanoamericana, ¿Cuántos artistas y escritores no se han encontrado ante tal disyuntiva? ¡De quoi avoir le blues!, razones para tener el sentimiento del blues, o de tristeza y soledad si se prefiere, a buen decir de los franceses y mal sentir del cosmopolitanismo que reside. De esta forma el lector advertido puede escoltar su recorrido a través de las páginas de Rayuela con una discografía selecta que combina y revela, gracias al sentimiento profundo del Jazz, los trayectos del universo interior de Cortázar. La enumeración de grabaciones y músicos de Jazz que éste hace, nos dá una idea que supone con bastante evidencia los gustos de Cortázar en materia de Jazz. En una entrevista con su amigo Omar Prego, Julio Cortázar señala...Cuando llega el momento en que tengo ganas de escuchar Jazz, nueve de cada diez veces saco los discos de Duke Ellington, Armstrong, y los viejos cantantes de Blues…
Al paso de sus obras mayores y relatos más breves, Cortázar nos hace escuchar un disco de Benny Carter que llena toda la atmósfera en su cuento «Carta a un amigo de viaje» en Bestiario, otra de Gerry Mulligan en «Las armas secretas», una canción de la radio salvada de la vulgaridad gracias a la voz de Ethel Waters en «Lucas, sus canciones errantes» de Un tal Lucas en la cual la enumeración de pianistas de Jazz en Lucas, sus pianistas brotan a sabor, desde Jelly Roll Morton, Bud Powell hasta Keith Jarret pasando por el pianista francés de Bebop Georges Arvanitas a quien la otra noche comenté mis lecturas acerca del Jazz de Cortázar y sonrió con sabor a recuerdo "de los viejos tiempos"…En otro cuento, «Un lugar llamado Kindberg» de su copilación en Octaedro, un aire lleno de ritmo es repetido con el nombre del mismo saxofonista Archie Shepp, por una muchacha chilena haciendo autostop. Uno de los personajes del Libro de Manuel se define como "el que escucha free Jazz". En Modelo para armar Cortázar nos lleva a un club oscuro de mala reputación, con un grupo de jóvenes tirados por el suelo para poder escuchar mejor los solos de Ben Webster de paso por Londres. Uno de mis textos jazzísticos preferidos despues de las decripciones extraordinarias de La vuelta al día en ochenta mundos y del personaje de Johny Carter, (a la memoria de Charlie Parker), en El Perseguidor (una cuestion subjetiva de gustos y muy personal) se encuentra en «Los autonautas de la cosmopista o un viaje atemporal París-Marsella» escrito por Cortázar dos años antes de su muerte, con su compañera de vida la novelista americana Carol Dunlop, en éste, Julio Cortázar se sorprende de haber llevado únicamente tres cassettes de Billie Holiday y nada de Ella Fitzgerald o de Helen Humes, tres cassettes de Fats Waller y uno solo de Duke Ellington y Armstrong; no se trata de un juicio de valor, porque ha metido esos cassettes apresuradamente al salir por la mañana, el hecho es que se encuentra con «…una hora de música de Charles Mingus y una más de Jelly Roll Morton, y apenas con diez minutos de Lester Young… afortunadamente ha tenido el cuidado de llevar …lo mejor de Bix y Trum que suenan tan bien, claro y perfectamente tallados en la noche de los parqueos…»
Julio Cortázar abre su sorprendente «…Vuelta al día en ochenta mundos» anunciando que además de deberle a Jules Verne el título de la obra, es a Lester Young, (saxofonista de Jazz) a quien debe… la libertad de haberlo transformado: …«Una noche en que Lester llenaba de humo y lluvia la melodía de Three Little Words sentí más que nunca lo que hacían los grandes del Jazz, éste invento que se mantiene fiel al tema que combate, que transforma o irisa. (…) Lester escogía en ese momento el perfil, casi la ausencia de tema, evocándolo como la anti-materia evoca talvez a la materia. (…) Con el Jazz, desemboco siempre sobre lo abierto.(…)
La analogía funciona en mi como en Lester el tema melódico que lo lleva al lado opuesto de una tela tejida, ahí donde los mismos hilos y los mismos colores se forman distintamente» Esta copilación incluye otros dos textos que pueden considerarse dentro de las páginas más bellas de la literatura Jazz: Un homenaje en Clifford, al trompetista Clifford Brown, muerto en un accidente de tránsito a los 26 años, y su ¡extraordinaria! Vuelta al piano por Thelonious Monk escrito despues de un concierto al que el escritor asistiera en Ginebra en 1966. Un texto de referencia para leer cuantas veces sea necesario.
Sin embargo no es la alusión permanente que Cortázar hace al mundo del Jazz lo que lo convierte en un escritor «Jazz». Su escritura está directamente influenciada por esta «Forma musical», como lo declara en la entrevista con Omar Prego…«He tratado que la frase no diga solamente lo que quiere decir, sino que lo haga de una manera que refuerze el sentido, que la introduzca por otros caminos, no en el espíritu sino en la sensibilidad del lector (…) El ritmo de la frase actua sobre el lector sin que éste se dé cuenta. Esto explica…lo que sucede al final de mis relatos, la importancia que atribuyo al ritmo final. No puede haber allí una palabra, un punto, una coma, o una frase de más. El relato debe llegar fatalmente al final como una gran improvisación de jazz o una gran sinfonía de Mozart…»
¿Cómo referir el producto de dos artes conjugadas en este caso?, y ¿qué agregar como conclusión acerca de la importancia literaria en la música y viceversa; de ambas como elementos de desarrollo en sistemas vetustos de educación deficiente… Del aspecto histórico-social del Jazz, y del camino hacia la expresión de nuevas formas? como ha sido el caso de la emigración y la esclavitud en la cual surgía el jazz hace poco más de un siglo. Innovaciones cargadas de lirismo poético. Una terminología sonora transformada en léxico de una nueva literatura que resulta del amasijo entre la cultura afro-americana y el surrealismo hispanoamericano. El Jazz como equipaje musical del emigrante, del solitario, del creador… quizás solo sean elementos paralelos de la escritura. Hay días como los de siempre en París, en ese «París blues» lleno de calles dulcemente laberintas, y personajes de Cortázar en los que cualquiera se bebe un poco del color jazz entre despojos de papel, o recorridos invernales a orillas del Sena. Hay días como hoy en los que abro un libro mientras escucho la voz de Billie Holiday, o el canto infantil de un pensamiento moribundo en el gemido de Chet Baker. Hay días en que camino durante la noche despues de vivir un poco mas blues que de costumbre; días en los que por esas extrañas razones que uno no sabrá nunca a que revancha atribuir, vuelvo a leer viejos tomos olvidados o amontonados por todas partes. Días en que me siento hundido en el azul «jazz» con que se han manchado mis hábitos desde hace algunos años en París, y que me creo sincero y con ánimo para decirle al primer venido: Lea a Cortázar y echele el llanto del Jazz a sus noches, y disculpe que no le de la mano pero acabo de salir de un piano y tengo las manos manchadas de blues…

París, Otoño del 2000

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